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Del clembuterol a la rabia

Alberto Contador es un “superclase”. Pocos aficionados al ciclismo podrán ponerlo en duda, por mucho que ejerzan de detractores, que seguro que los habrá, del crack de Pinto. Ha sido capaz tanto de dominar a todos sus rivales en  las escaladas más duras como de batir a ese coloso, sin par de las clásicas y cronometradas, como es Fabian Cancellara, en su propio terreno, en un intervalo de pocos días.

Parte de mí se alegra, por lo tanto, de que pedalee, de nuevo, por las carreteras del Algarve, aunque he de reconocer que otra parte, se ha rebelado contra lo que ha interpretado como la resolución arbitraria de un expediente administrativo sancionador. Y es que a nadie se nos escapa, que si el positivo de dopaje por ingesta de clembuterol hubiera sido atribuido a un modesto del pelotón, ni el propio Perry Mason lo hubiera librado de cumplir una suspensión de su licencia deportiva por un periodo de dos años.

Quiero sustraerme, deliberadamente, al escribir estas líneas, de la hipocresía que persigue al ciclismo, y que amenaza con despojarlo de su incomparable épica, con convertirlo en un deporte maldito. Por ello no seré yo quien reniegue de un corredor y lo condene al ostracismo por haber dado un resultado positivo en un control antidopaje. Todos cometemos errores, y lo que procede, a mi entender, y más aún en el mundo del deporte, no es valorar tanto el hecho de no haber caído nunca, como el de haberse levantado con dignidad después de caer. Ahí están, sin ir más lejos, los casos de David Millar, o de Ivan Basso. Nadie recuerda, ya, si algún día fueron sancionados, o no.

Pero reconozco que mi primera reacción al conocer que la Real Federación Española de Ciclismo ha liberado a Contador de toda responsabilidad en relación a su posible dopaje, ha sido la misma que ha revelado la UCI; la de pensar que en España puede pasar cualquier cosa con tal de proteger a los estandartes y adalides de la “españolidad” en el mundo. Y tal vez la reacción ha venido protagonizada por el historial previo (recuérdense los casos de Alejandro Valverde, o el célebre “Probenecid” de Pedro Delgado en el Tour de 1988) o por la secuencia de acontecimientos previos a la resolución exculpatoria de marras: propuesta de resolución sancionadora incluida, con crítica del Presidente del Gobierno y contestada, incluso, desde la Audiencia Nacional. Nunca se ha visto, hasta ahora, nada parecido. Y la rabia propia que me ocasionan los agravios comparativos ha hecho acto de presencia.

Justo entonces he recordado el caso de Aitor González, ganador no sólo de la Vuelta a España de 2002, sino de etapas en Vuelta, Giro y Tour, y ciclista que militando en el equipo Euskaltel Euskadi, se llevó en el año 2005 el Tour de Suiza tras exhibirse en la etapa reina de la ronda, la cual también ganó. Antes de finalizar esa misma temporada se vio envuelto en un positivo por un presunto consumo de esteroides-anabolizantes que terminó con su inhabilitación durante dos años.

Y he recordado cómo Aitor González, inició su propia batalla legal para demostrar su inocencia, y cómo la misma Real Federación Española de Ciclismo lo exculpó en Mayo de 2006, como a Contador. Y mi rabia se ha disipado un poco.

Pero ha vuelto, para quedarse, cuando he recordado que la UCI recurrió ante el TAS (Tribunal Arbitral del Deporte), con lo que Aitor se quedó sin equipo, dado que la UCI Pro Tour obligó a las escuadras que lo integraban a firmar un código ético que impedía contratar a ciclistas implicados en casos de doping. Así, y pese a que el TAS reconoció que los anabolizantes procedían de un complejo vitamínico que en su composición no  señalaba que contenía anabolizantes, y que dicho producto le había sido recetado por un facultativo, confirmó la sanción de dos años inicialmente impuesta, por considerar que el deportista, pese a no poder llegar a conocer que el complemento alimenticio consumido contenía sustancias prohibidas, fue negligente al consumir un “producto dudoso”.
 
Esto acabó con su carrera profesional. Y espero, de verdad, que mi rabia expresada en palabras no se torne pájaro de mal agüero al traerla a colación en estos momentos.

 

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango

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