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No se pueden poner puertas al campo

Un informe, de esos que periódicamente machacan sobre las mismas ideas, acaba de alertar sobre el envejecimiento de la población, más acusado en Euskadi que el resto del Estado. Se nos dice que en 2020 habrá un 20% de personas necesitadas de pensiones y servicios sociales más que ahora, y en contrapartida, un 4% de trabajadores menos cotizando. La conclusión de los autores, el Consejo Económico y Social (CES), es lógica: hay que aumentar la población mediante la conciliación de la vida familiar y laboral, y abrir las puertas a la inmigración, puesto que necesitaremos trabajadores cualificados que no tendremos.

Sería de celebrar que estos pronósticos contribuyeran a reducir la xenofobia en nuestra sociedad. Pero es poco probable que los sentimientos atávicos que la alimentan puedan arrancarse ni con amenazas tan terroríficas como la quiebra del Estado del Bienestar.

Lo mismo ocurre con el androcentrismo tan arraigado en nuestra sociedad. La visión masculina que lo impregna todo dificulta llevar adelante propuestas tan de sentido común como racionalizar las jornadas de trabajo para poder compaginarlas con los cuidados familiares. ¿De verdad es tan difícil sincronizar los horarios laborales con los escolares?

El informe ofrece respuestas poco imaginativas a los problemas que plantea. Y es que no interesa. Como tampoco parece relevante para sus redactores señalar a los verdaderos responsables de la quiebra del Estado de Bienestar, la impunidad de los bancos y el sistema financiero. En lugar de ello, concluyen que la ruina de los sistemas públicos de salud y de pensiones se debe únicamente al descenso del número de cotizantes a la Seguridad Social.

Entre las soluciones que apunta, antepone la necesidad de fomentar la natalidad frente a la de favorecer la inmigración. ¿Hay alguna razón objetiva para marcar esta preferencia? Tampoco. El mundo está superpoblado y muy descompensado. Una minoría rica acapara los recursos y el bienestar, que niega a la mayoría pobre, a la que incluso discute su derecho a vivir y trabajar entre nosotros.

La población mundial no para de aumentar y crece en paralelo el hambre en el planeta. Hay estudios que estiman en 1.000 millones la población subalimentada para 2020. Hoy son 800 millones. ¡800 millones de personas que pasan hambre!

Epocas como la que estamos viviendo y las consecuencias que se nos auguran debería servirnos de oportunidad para reparar las injusticias históricas cometidas con los países pobres. Los inmigrantes están en su derecho a vivir aquí sin cortapisas y nosotros tenemos la obligación moral de facilitarles la existencia y la integración. El planeta es de toda la humanidad. No es justo establecer zonas de exclusividad ni de exclusión.

Dicen que el lobo, supuestamente extinguido hace unas pocas décadas, está volviendo a colonizar de nuevo los Pirineos. Este es otro tema, pero vuelve a dejar en evidencia que ni aunque se quiera se pueden poner puertas al campo.

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia

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