Reflexiones en la cola de la gasolinera

Estoy en la cola de la gasolinera de un centro comercial. La cajera charla con una compañera. Desde fuera no se escuchaban sus voces. El grosor del cristal ahoga el sonido. Le llega el turno al cliente que espera ante mí. Mientras saca los billetes de su cartera, les dice a voz en grito: ???¡Cualquiera os mete mano a las dos ahí juntas, je, je!???. Esboza una sonrisa. La frase me sacude y despierta en mí sentimientos contradictorios. Está claro que pretende hacerlas reír con una expresión que puede resultar tan evidente como ambigua. Y lo consigue. Ellas reciben sus palabras medio en broma, medio halagadas. Inmersa en la escena, yo también me río.

Pero instintivamente el episodio despierta en mi imaginación recuerdos de viejos agravios. Las mujeres, aparte del machismo procedente de los varones de nuestra familia, hemos tenido que soportar o presenciar las bromas inoportunas y los presuntos halagos con que invaden nuestro espacio vital compañeros de trabajo u otros hombres con los que nos hemos visto obligadas a tratar regular u ocasionalmente. Muchas veces, todo esto ocurre con la inconsciencia de las dos partes. Por eso no suele ser extraño observar que los requiebros, en general, se encajan sin reservas. Se consideran algo ???natural??? e inevitable. Incluso, agradable.

No es fácil para las mujeres ver en estas actitudes una muestra de machismo. ¿Cómo iba a serlo si no observamos discriminación en situaciones mucho más palmarias como que ocupemos mayoritariamente los puestos de trabajo peor pagados y más bajos en el escalafón? O que nos cueste más que nunca encontrar empleo o que ocupemos los primeros lugares en las listas de despidos o que el 80% de las responsabilidades familiares recaigan sobre nosotras. Después de todo, los piropos son ???sólo??? una muestra de esos ???micromachismos invisibles??? de los que la vida diaria de mujeres está tan llena como el aire de motas de polvo.

Quizás alguien se pregunte por qué un halago tal es machista. Veamos, el machismo representa un abuso de poder y estas expresiones lo son también. En primer lugar, siguen una dirección vertical: generalmente, proceden de hombres que ocupan una posición superior jerárquicamente, aunque basta con que se lo crean. Y esto no es difícil, pues la propia sociedad sigue otorgando preeminencia a los varones frente a las mujeres. Además, y esta es ???la prueba del algodón???, no es habitual que estas expresiones se den en sentido contrario.

De toda esta historia me interesa recalcar la parte de inconsciencia que hay en nuestros comportamientos. La poca atención que prestamos a lo que decimos y a lo que se nos dice. Se sostiene que lo inconsciente se hace consciente cuando la persona está preparada para asumirlo. De modo que para propiciar cualquier cambio es preciso tener mucha paciencia con las resistencias propias y ajenas. Las personas somos reacias a la novedad porque los hábitos nos proporcionan seguridad y estabilidad, lo mismo que lo hacen las creencias compartidas.

Y si tenemos que desgastarnos en la lucha por la supervivencia del día a día sólo falta que encima una brecha haga tambalear nuestros cimientos. La inconsciencia y el miedo a cualquier cambio, por si es a peor, nos afectan por igual a mujeres y hombres. Por eso, la igualdad, la justicia y la responsabilidad sobre nuestras propias vidas se abren camino con tanta lentitud.

Mertxe Arratibel es periodista en andra.eus