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Donde están las llaves matarile, rile, rile

Donde están las llaves matarile, rile, rile

El domingo me levanté de la cama y subí uno de los montes que nos rodean. ¡Qué sensación tan gratificante deja en el cuerpo subir una montaña! De acuerdo, he subido Aitz-Txiki, tan solo son 791 metros y encima he comenzado desde la cantera de Atxarte, pero tampoco me voy a poner a subir la cordillera entera en un mismo día.

Puede sonar a tópico, y de hecho suena a tópico, pero ir a la montaña es una sacudida de felicidad, de desconexión con el mundo real (y en realidad no hay nada más real que la propia naturaleza), de libertad, de respirar aire puro, de sentirse pequeño ante la magnitud de las montañas que nos rodean en esta humilde comarca. Es algo realmente recomendable, de esas cosas que uno debería apuntar en su lista de propósitos para el nuevo año: ???subir un monte???. Aunque a decir verdad, mejor que las vistas desde la cima es cuando te comes el almuerzo que llevabas en la mochila.

Sin embargo, lo curioso en esta pequeña excursión es que cuando estaba en la punta de Aitz-Txiki me encontré un llavero: con las llaves de coche y las de casa. Automáticamente pensé ???ya me??? fastidiaría a mí que me pasará eso???. Después, me miré todos los bolsillos para comprobar que yo no había tenido la tan mala faena de haber perdido algo por el camino.

Al salir un día tan bueno como el del pasado 3 de marzo, la cantidad de montañeros que pasaron por la cima fue considerable. Cuando yo subía me cruce con un hombre acompañado de dos chavalillos y un perro (por cierto, el can subía como si fuera el mismísimo Jesús Calleja, con una facilidad insultante) y se me ocurrió que podrían ser de él. Así que como buen samaritano comencé a gritar para que el hombre que todavía estaba bajando me oyera ???llaves coche perdidas???. Me dio la sensación de que el hombre gracias al eco me había escuchado, eso sí, al quinto berrido, pero parece ser que no eran de él.

A la hora de bajar, con todo montañero que me encontraba le comentaba lo de la llaves, pero su dueño no aparecía, así que finalmente se las dejé a los municipales de Abadiño. Espero que lleguen al bolsillo del que nunca tuvieron que haber saltado.

Fotógrafo, casi periodista y monologuista.

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