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La dignidad del burro

Ante la cafetera y de espaldas a mí, cuchichean las dos camareras de mi bar favorito. Para evidenciar mi presencia, aparte de dar las buenas noches: -Dejad ya de chismorrear que me estoy enterando de todo. Tengo oído de caballo.

-¿No oye mejor el burro?-me responde sonriente Malen.

-Lo dudo. Aquí donde me ves hay pedigrí, soy de carreras -bromeo de nuevo.

-Pues yo no lo diría -porfía ella.

-Es cierto que siempre he defendido a ese animal. Ya sabes: nunca tropieza en la misma piedra, algo de lo que no puede alardear la mayoría de la gente -aclaro- ¿y terco también, eh?

En la misma o en otra piedra, un traspiés pertenece al género humano, si bien hace poco escuché por boca de algún preclaro impertinente, que el vulgo denomina experiencia al cúmulo de equivocaciones que va cometiendo a lo largo de su vida, incapaz de reconocer que de lo que realmente se trata es de errores. Indudablemente el marqués de Mingafría era poco amigo de la Ilustración. No enemigo de los burros, precisamente.

El depreciado pollino cuya definición como bestial cuadra en cualquier crucigrama con la palabra asnal, dispone de otra acepción útil que define a alguien laborioso y de mucho aguante, y nos ofrece su imagen positiva tal que animal doméstico perfectamente aprovechable. ¿Por qué si no esa campaña para proteger y multiplicar a los de su especie?

Aparte de los atributos físicos del macho, que saltan a la vista, convendría recordar también alguna de las aportaciones de la hembra: la reputación de las propiedades de la leche de asna.

Por otro lado, la carne de burro no es trasparente y aunque mucho se empeñen ahora papas y popes en tratar de convencernos de que en el portal de Belén no existió dicho cuadrúpedo, personas que lucimos canas tenemos como más seguro, que tanto su piel como su sangre sirvieron para calentar el cuerpecillo recién nacido de un personaje histórico, que el hecho de haber sido hijo de madre virgen.

Y más: es protagonista (ajeno) de polémicas ya que existen agrupaciones que deciden convertir a un animal de tiro en un brioso corcel de carreras. Sería como organizar un arrastre de piedras con unos cuantos purasangres del hipódromo. Una burrada.

Asesor y gran amigo del ogro verde, se muestra en este caso como un gran rebuznador que se queda corto en su jerga si se le compara con celebridades de la farándula, amén de los graznidos de doña Urraca y de don José Mari.

Igualmente, mostró su faceta más culta como uno de los cuatro músicos de Bremen.

Luces y sombras sobre tan noble équido, simpático y afable. Siempre dispuesto a aceptar una caricia y algún azucarillo, acercándose a la alambrada.

Que alguien, aunque encubiertamente, nos llame burros, no insulta a ninguna de las dos especies.

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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