“A ver si te entra algún día la razón y consigues llegar a ser un hombre de provecho”, era una de las frases recurridas por nuestros padres cuando estábamos en edad escolar.
Enfocamos la educación pues, hacia las salidas profesionales aunque en el fondo casi todo el mundo está deseando que su hijo resulte un crack del fútbol. Oído dentro de mi propia familia.
Quizás el aprendizaje académico esté sobrevalorado y se tendría que enseñar a los niños y niñas a respetarse en su diferencia para empezar, y seguir con la educación en la autoestima, la felicidad, el lado positivo de las cosas y las trabas con las que se enfrentarán a lo largo de su vida. Prepararse para innovar y ser agradecidos, para pedir perdón y perdonar.
Vamos entrando en la “edad de la razón” y cuando conseguimos empleo estable, relación estable y una vida relativamente ordenada, nos habremos convertido posiblemente en aquello que se esperaba de nosotros. Hemos logrado un status social y somos reconocidos como gente normal.
Llega el Proceso Bolonia con no pocas protestas estudiantiles. Cuestión de cabecitas inmaduras e idealistas que se resisten a que la persona viva para trabajar en lugar de que sea al contrario.
Capacitación, competitividad, etc. en el mundo que hemos creado: “la empresa” es el mayor objetivo de tu miserable vida porque te has hipotecado hasta las cejas y no te queda más remedio. ¿Nos sentimos realizados cuando alcanzamos las metas que nos proponemos, como ser abogada, médico, arquitecta, ingeniero, madre/padre de familia aparte?
Encontramos opiniones y sentencias para todos los gustos, y me inclino a pensar que Confucio dio con una conclusión probablemente certera al afirmar que “elijas un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar un solo día de tu vida”. El quid de la cuestión reside en el verbo elegir.
Vamos a ver pues hasta dónde podemos estirar esta última definición para desmentir a quien afirma que “nunca ha habido nadie, aparte de alguno de esos idiotas que quieren hacerse con una posición, que me haya dicho alguna vez que se estaba realizando en su trabajo.
Duras palabras del protagonista de una interesante novela que simplemente lleva por título “Roma”. No me la voy a perder.