
La erupción de un volcán provoca un mundo de contrastes. Sus emanaciones de lava y ceniza “causan numerosos daños, pero también despiertan la solidaridad y el compañerismo entre las personas afectadas”. El elorriarra Alain Bravo, voluntario de Cruz Roja, ha regresado de la isla de La Palma con ganas de volver.
El pasado 19 de septiembre, el volcán canario Cumbre Vieja entró en erupción arrasando viviendas y terrenos con sus emanaciones de lava. La población de los alrededores tuvo que ser evacuada y se dio inicio a una emergencia que ha afectado a miles de personas en toda la isla.
Bravo formó parte durante 10 días del amplio dispositivo desplegado para asistir a las personas damnificadas por la erupción. En su caso, acudió a mediados de octubre como responsable del Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias (ERIE) de Bizkaia.
“Fui para ver cómo estaba la situación en la isla, antes de empezar a enviar a nuestros voluntarios para dar relevos a la ERIE de allí”, explica. “El plan era preparar el terreno para mandar a personas con conocimientos y destrezas en rescate terrestre, apoyo psicosocial y logística con el fin de colaborar en lo que se pudiera”.
Perder el hogar
De ver las espectaculares imágenes de la erupción desde el televisor, el elorriarra sintió en su propio cuerpo el asfixiante calor, el insistente ruido y la persistente ceniza procedentes del volcán. “Nunca había estado en una emergencia parecida, con ese volumen”, reconoce.

Lo peor fue la constatación de las pérdidas sufridas –afortunadamente, solo materiales– de unas personas “que iban a quedarse sin su hogar”, relata. “Nuestra labor consistió en acompañar a las familias durante los permisos que tenían para acudir a sus domicilios a recuperar lo que pudiesen, así como controlar su seguridad dentro de la zona afectada”.
Una vez allí, la tarea más ardua se centró en la limpieza de los tejados “ya que no están preparados para soportar todo el peso de la ceniza volcánica, que puede provocar que colapsen”, describe. “También les ayudamos a recoger enseres e incluso hortalizas que tenían plantadas”.
Un trabajo que requirió de un importante desgaste físico y mental, agravados por las temperaturas y la tensión. Sin embargo, Bravo se mostró sorprendido por “no notarlo apenas durante la emergencia. Y eso que eran jornadas de casi 12 horas seguidas, aunque se nos pasaban enseguida”, señala.
Bajón físico
Un cansancio acumulado que le alcanzó de golpe tras finalizar su periodo en la isla canaria. “La adrenalina me mantuvo en pie hasta el último día, justo antes de subir al avión de vuelta. Entonces me llegó el bajón físico. Cuando llegué a casa, dormí 14 horas seguidas”.
Y con la recuperación, ya han llegado las ganas de volver. “La primera semana aquí intenté desconectar un poco, porque fue una experiencia muy intensa. Pero si se me necesita allí estaré, ya sea como voluntario o como turista”, asegura.
En este último caso, tendrá que viajar “de incógnito”. “Mucha gente con negocio hoteleros nos dijo que volviésemos cuando todo se hubiese arreglado porque nos iban a invitar a la estancia. Pero yo quiero dejar mi dinero como cualquier otra persona, para colaborar en la recuperación de la zona”.
