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¿Comer o “repostar”?

Los franceses están muy preocupados porque desde la ONU han declarado a la cocina francesa patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, a una con el cante flamenco y otras artes del tercer mundo… Se temen que este diploma nundial sea el certificado de defunción de su cocina tradicional y la relegue a las vitrinas de cualquier museo de antigüedades. 

En la iglesia también se preocupan de que algunos “progres” quieren devolver a la misa el carácter de comida comunitaria que tuvo en los tiempos de su fundador y que parece haber perdido hoy. En Madrid la autoridad religiosa ha clausurado una parroquia donde la ceremonia de la misa iba acompañado de comidas populares…

El  tema de la comida no es una banalidad. Toda la vida familiar, toda la vida de sociedad, gira en torno a la comida. Comer no es solo ingerir alimentos, como quien llena el depósito de un coche en la gasolinera; comer es entablar una relación, dialogar, profundizar las amistades, anudar acuerdos. La sobremesa lleva a la música, la danza, las declaraciones de amor… El hombre, el ser humano, es un ser social en la medida en que es capaz de reunirse para comer con sus semejantes… Y justamente la calidad y preparación y presentación de los alimentos contribuye a reforzar esa capacidad de la comida para crear esos lazos sociales. Los animales pastan cada uno por su cuenta, los coches repostan gasolina por una manguera, los humanos nos encontramos para comer juntos, eso es justamente lo que nos distingue de los demás seres…

La comida es más aún, un tiempo de entablar relaciones con el mundo espiritual, un acto religioso. Los judíos adoraban a Dios con sacrificios de animales, Jesús, el del evangelio, convirtió la comida de la Ultima Cena en el acto central de culto. Es difícil, para resumir, sentirse persona, si no se es capaz de dar un sentido social y transcendente al acto de comer. 

Volviendo a los franceses, y al luto y duelo que hacen algunos de ellos por la crisis de la gastronomía francesa, bueno será recordar que nuestros vecinos hicieron una ley del descanso obligatorio de los domingos, no para que los franceses puedan ir a misa, sino para que tengan tiempo y tranquilidad para reunirse a comer juntos; y que esa ley fue inspirada y redactada por los años 1920, en la Belle Epoque, la época en que todo el mundo soñaba en ser feliz… Pero también eso se les viene abajo, porque ya una buena parte de la población trabaja los domingos, tanto en el comercio como en la industria. Adiós a la Belle Epoque y a las comidas en familia…

Hoy, con esta modernidad de pacotilla, la productividad pretende imponer otros usos. Se come aprisa y de cualquier manera.  Primero fueron las hamburgueserías, luego los Mac Donalds, luego los supermercados y los libres servicios, luego las pollerías. Los ejecutivos, ya no se sientan a comer, no tienen tiempo. Ni los alimentos tienen la calidad, ni los que comemos dedicamos el tiempo deseable para saborear una comida y reavivar una relación amistosa en torno a una mesa.

Eso mismo les ha ocurrido a los cristianos. La misa se parece muy poco a la Ultima Cena de Jesús con sus discípulos, un altar de dimensiones mínimas ha reemplazado a la mesa del comedor, y la comida se ha reducido a una delgada oblea de harina que se toma de pie… El tiempo de la misa se llena con rezos y más rezos, sermones, cantos…

Visto desde aquí, desde este país que nos vio nacer y nos cobija, tal vez el problema es menos grave que para los franceses. Dicen que el sector alimenticio español aguanta la crisis mucho mejor que los otros, dicen que la cocina española es uno de los atractivos que más valoran los turistas y visitantes que nos vienen a ver. 

Y desde luego, nos sentimos muy orgullosos de las tapas y pinchos de nuestros bares, nuestros cocineros gozan de fama mundial. Todavía la cocina de casa tiene mucho de artesanía y sabiduría popular. Y esa otra cocina hecha fundamentalmente por hombres, la de las bodegas y la de los chocos que en Euskadi son lugares quizá más sagrados que las iglesias y los campos de fútbol, esa cocina de pura filigrana, de arte y ensayo, y ese comer con horas y más horas de sobremesa, se mantienen vivos y requetevivos entre nosotros.

Tal vez por este camino de la gastronomía encontraremos el camino para la superación de la crisis y nos libraremos de vivir como gallinas ponedoras en granja, y seguiremos siendo personas…
 

Honorio Cadarso es periodista

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