Aminetu Haidar ha vuelto a poner en valor el heroísmo en nuestras vidas, justo cuando parecía que estábamos a punto de arrumbar este ideal al desván de las utopías. Con su determinación inquebrantable, esta frágil mujer, que lo es sólo en apariencia, está consiguiendo dejar en ridículo a todas las diplomacias del mundo en pos del objetivo de llamar la atención sobre el abandono que sufre el Sahara Occidental desde que España dejara el territorio a merced de los vientos alisios en la ya remota fecha de 1978.
Tirada en su colchón del aeropuerto de Arrecife o sentada en esa enorme silla de ruedas que muestran las imágenes periodísticas, con gesto exangüe pero sin perder nunca la sonrisa, se adivina en ella algo sobrenatural, que recuerda a ese otro gran activista de la paz cuya principal ???arma de combate??? fue, precisamente, la huelga de hambre. De hecho, sea por estas coincidencias o por otras razones, se la emparenta con el Mahatma, pues es también conocida e incluso reverenciada como la ???Gandhi saharaui???.
Aminetu persigue el reconocimiento de la soberanía de su patria y, por encima de las antipatías que los fanatismos han conseguido asociar a este tipo de reivindicaciones, ella, con la sola fuerza de su coraje, se ha ganado el respeto general y ha hecho temblar los cimientos del orden establecido. La prueba es que nadie sabe qué hacer para resolver el marrón. Y es que los remedios de manual no sirven cuando las vías de resolución de un conflicto no atienden a los principios seculares de la guerra y la paz.
Y hasta pareciera que el azar se hubiera aliado con ella para, en un jaque magistral, colocarla en un escenario estratégicamente situado entre Europa y Africa, cruce de civilizaciones y caminos y, consiguientemente, objeto de observación minuciosa. Porque, desde aquellas lejanas islas, las palabras quebradas que salen de su boca producen, al cruzar el océano, un inusitado efecto en forma de explosiones de solidaridad por toda la península y más allá.
Con su valiente desafío, la gran Haidar ha conseguido ya su propósito. Sea cual sea el desenlace de este drama. Si vuelve viva a El Aaiún, con la nacionalidad que reclama como salvoconducto, se habrá dado un paso decisivo en el objetivo del reconocimiento del Sahara Occidental como sujeto de autodeterminación. Y, si la dejan morir, vivirá para siempre en tantas y tantas personas que tomarán su vida de resistente como ejemplo. Es el privilegio de los héroes.