Quienes pertenecemos a una generación anterior, a veces recordamos como Tita que nacimos entre los olores que se desprendían de los fogones. Quizás de ahí que, en este país, la mayoría de personas, a través del olfato, adquirió esa gran afición a la cocina, a la comida y a los sabores.
Algunos, sin embargo, mientras nuestras amatxus controlaban el bullir de las alubias, nos centrábamos más en patalear dentro de la cuna y de ahí nuestra afición a la bicicleta y al ciclismo.
Sostienen algunos pedagogos que para los niños, los libros son un estímulo desde que nacen y que conviene desarrollar sus sentidos para crear adición a la lectura: desde contarles cuentos al oído, al olor que desprenden los libros y al gusto por disponer de su tacto. La vista servirá también para que se decante por esa afición innata que supone coleccionar. Recuerdo que recopilé toda la serie de cómics de Tintín, mi héroe favorito.
Bien es cierto que las cosas se han torcido desde que “El vídeo mató a la estrella de la radio” y estamos en la era del reino audiovisual, donde las redes sociales nos sirven todo en bandeja y por comodidad o por pereza, estamos perdiendo el olfato y el gusto. No nos iría mal si al menos contrastamos el maremoto de informaciones que nos abruma.
Así que hoy en día, resulta patente que, sin generalizar, hemos trasladado a nuestros descendientes los aromas que desbordaban por la cocina y que actualmente son exaltados en los medios a través de esa plaga de programas en los que afamados chefs y otros cuantos
papanatas nos introducen en el mundo de la gastronomía desde “juniors”. Lo mejor, en este caso, es cuando promocionan un libro de recetas culinarias y te invitan a comprarlo.
Los soñadores preferimos vivir aventuras y convertir mil palabras en una imagen, aunque tengamos que aceptar que tras el incendio del rancho de Tita en Piedras Negras, y bajo la gruesa capa de cenizas sólo se encontró intacto su recetario.
Durango, 22 de abril de 2025, en la víspera del ‘Día del Libro’.
Agus Ruiz Larringan