Este pozo del invierno en que estamos metidos nos inunda de fiestas de recio sabor añejo: Blas Deuna, Agata Deuna… a los que suman en estos tiempos de aldea global nombre de dioses indios, como Maghi Sankrati, o musulmanes como la fiesta del nacimiento del profeta Mohamed… Que todas estas fiestas de todas estas religiones han tenido su celebración entre nosotros, En Bilbao, en Bizkaia…
Pasó Blas Deuna con su cortejo de bueyes, caballos y toda clase de animales, después del Antón Deuna de Urkiola que los bendijo a todos; pasó con su repiqueteo de bastones sobre el empedrado Agata Deuna; los unos y la otra en olor de multitudes, como cumple a un país de tradición cristiana.
El 14 de enero, los hindúes que viven en Euskadi celebraron a Maghi Sankrati, en la fecha en que comienza en el calendario una de las seis estaciones en que dividen el año, la estación en que el frío invierno se dulcifica ligeramente en el subcontinente indio. El 24 de enero, los musulmanes celebraron el nacimiento de su Profeta. Unos y otros en la intimidad de sus hogares, sus estrechas mezquitas-lonjas, o locales ofrecidos para la ocasión por alguna ONG o por algún centro religioso católico.
Algo cambia en nuestro pequeño gran país. La roca monolítica de la religión católica onmipresente en todos los lugares y en todas las horas del día se resquebraja con la llegada a Euskadi de gentes de los cinco continentes y de todas las religiones.
Y uno, más de uno, echarán de menos, en este encuentro de todos los dioses de la tierra, los Manitús americanos, los Shivas hindúes, del Yaveh judío y el único dios Alá de los musulmanes, de Cristo, Buda, Confucio, druidas celtas y brujos sudamericanos, uno y más de uno echarán de menos a la nuestra, nuestra Mari de Anboto. ¿Por qué no vuelve con su carroza de nubes, su “amillena”, y por qué no se sienta en corro con todos los dioses y profetas de todas las culturas a dialogar, a sembrar la paz y la concordia, el buen rollo entre todas las personas y todos los pueblos?
Allá en el arrabal durangués de Kurutziaga está quizá la explicación de la ausencia de nuestra Mari en este encuentro de todos los dioses que ha traído consigo la emigración, la puesta en marcha de un mercado común universal de bienes, servicios y mano de obra. La cruz de Kurutziaga conmemora la muerte en la hoguera de centenares quizá de durangueses condenados por la Inquisición por herejes. Aquellos que se reunían en cuevas de Untzillaitz, que según dicen practicaban el amor libre y la comunidad de bienes, y otras prácticas extrañas.
Kurutziaga nos recuerda aquellos tiempos en que la religión católica se imponía bajo pena de morir en la hoguera. Desde entonces, Mari está casi borrada de nuestra memoria colectiva, aunque son muchos todavía los vascos que la siguen llamando desde el secreto de su vida interior, y van a visitarla a la cueva de Anboto. Y con ella se fueron también las lamias, los gentiles, todos los pobladores de nuestra mitología.
Deseamos a todos que hayan pasado una feliz fiesta de su santo o su dios correspondiente, y que hayan recuperado y reavivado el precepto que todas las religiones han proclamado como primero y principal: el respeto a los derechos del ser humano: “no hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti”.