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El dedo en la llaga

Islandia es la isla del fuego y del hielo, de los glaciares, los geisers y de los volcanes. Perdidos en el Atlántico Norte, a medio camino entre Europa y América, en una vasta extensión de terreno, yermo y árido en algunas latitudes, y de un verde sobrecogedor en otras, los islandeses vuelven a las páginas de los diarios y a las pantallas de televisión un año después.

 Y esta vez no lo hacen con ocasión de una nube de ceniza que sumió en el caos a todo un continente, sino porque puede que hayan abierto la caja de Pandora al negarse, en referendum, a reintegrar a bancos ingleses y holandeses los millones de euros que les adeudan desde que el país y su sistema financiero, técnicamente, quebrara en medio de la crisis hace un par de años. Cosa que puede resultar no menos caótica que la erupción del volcán que detuvo, literalmente, a Europa durante semanas.   

 Llama la atención, de entrada, que un sistema político permita que los ciudadanos de un país enmienden, directamente, la decisión de su gobierno, en un tema económico.  Porque el gobierno islandés había acordado, previamente, la restitución de su deuda, entiéndase bien, la de sus principales bancos, nacionalizados en 2008, a británicos y neerlandeses. Pero si algún estado puede presumir de demócrata, ese es, posiblemente, Islandia.

 Y no sólo por tradición (se dice que Islandia goza de la democracia más antigua del mundo), sino por el imperio de sus hechos. Tanto es así, que, a diferencia de lo acontecido en otros lugares, quienes dirigieron la nave de la isla hacia la bancarrota, pagaron, por ello, un severo peaje. Cayó el gobierno en bloque, hubo condenas de prisión para algunos de los especuladores (otros se ocultan en la City) y hasta reformas constitucionales traducidas en una mayor participación directa de los ciudadanos en la gestión de la res pública.

 Democracia, pues, para lo bueno y…para lo malo, que en Islandia estas cosas se pagan entre todos los islandeses, más o menos, “a escote”- Tal como suena, que ejercer derechos tiene su reverso en la asunción de deberes. De ahí que no nos ha de extrañar que se reconozca al pueblo esta capacidad de decisión.

 Y el pueblo ha decidido que no tiene porqué pagar, “a escote”, por la debacle ahondada y auspiciada por unos pocos que, codiciosos, se volvieron locos adquiriendo por todo el mundo activos tóxicos que terminaron por envenenar el corazón del sistema bancario. Que se planta. Que la crisis la paguen quienes la motivaron. Se han atrevido a llevar a la práctica, y hasta las últimas consecuencias, lo que pensamos, y no nos atrevemos más que a susurrar, la mayoría de los occidentales. ¡Valientes orates!

 Pero no sé si han calibrado del todo los posibles efectos de su pacífica rebelión, puesto que gigantes como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial e, incluso la propia U.E. no asumirán, de buen grado, tanta dosis de democracia y de coherencia antisistema, y no dudo que enfrentarán, a su manera, el pulso que les lanzan los pobladores de la tierra del hielo.

 

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango

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