En el negro panorama, a escala planetaria, del calentamiento global, de la contaminación que amenaza con envenenarnos a todos, la mejoría observada en los últimos diez años en el Ibaizabal, ese río que nos da la vida a todos, se nos antoja como un rayo de esperanza, una razón para un moderado optimismo.
Visto desde el parque zornotzarra de Nafarroa, en el que adquiere todo el protagonismo que le pertenece, nuestro río se ve lleno de garcetas comunes y blancas, gallinetas, gaviotas cormoranes, un estanque con casi un centener de patos, alguna nutria, grandes bancos de alevines de barbo y trucha, loinas… Según comentaba un pescador, “todavía son pocos los que se atreven a comer las truchas que pescan, pero algunos se las comen. Con las depuradoras la calidad del agua ha mejorado como para permitirnos consumir los peces del Ibaizabal”.
Siete depuradoras entre Iurreta y Galdakao garantizan la salubridad del agua, aunque los medios oficiales admiten que todavía no trabajan al cien por cien de su capacidad y que, en momentos de sequía, la escasez de agua del cauce aumenta su insalubridad. Ocurre también, según reconocen los medios oficiales, que el fuerte crecimiento de la población del Duranguesado y Zornotza hacen más difícil mantener las aguas del río en un nivel ideal de salubridad y limpieza. Pero la realidad de la fauna está a la vista: el Ibaizabal rebosa de aves y peces. Sin lugar a dudas, se impone entre nosotros una conciencia del carácter sagrado del río y una mayor atención a su cuidado.
Otra cosa es el respeto y la integración del río y de toda su belleza en los paisajes urbanísticos de los pueblos que atraviesa. Existen rincones, isletas aisladas, en los que las construcciones y el río forman un conjunto armonioso y se embellecen mutuamente. Pero también hay edificaciones levantadas sobre el mismísimo cauce del río, tramos de río ocultados por los patios traseros de las casas, o simplemente cauces que fácilmente podrían ser incorporados al entramado de calles y avenidas del pueblo, pero siguen separados e inaccesibles a para los vecinos.. Y no son herencias de un pasado lejano, hay realizaciones urbanísticas de última hora que resultan una auténtica bofetada al Ibaizabal.
Uno piensa en el río Mañaria a su paso por San Pedro de Tabira, un paseo muy querido por los durangueses, o en el toque romántico de las las losas de lavar apostadas sobre el cauce en el paso por San Agustín de Durango. O en el espléndido parque de Zelaieta de Amorebieta, en el que se encuentran y se siguen como dos enamorados durante varios kilómetros el cauce con sus presas y las edificaciones de Amorebieta, y la torre barroca de Andra Mari se mira en el espejo de la corriente, y toda Amorebieta, desde Euba a Astepe, es un balcón abierto al Ibaizabal.
Pero son casos más bien aislados y excepcionales, cabría aventurar que nuestras villas y anteiglesias viven un poco de espaldas al Ibaizabal, que el río apenas cuenta en la planificación urbanística.
Pasaron los tiempos negros de los años 50 y 60 y 70 del siglo pasado en que cantábamos el Requiem por el río muerto. El Ibaizabal ha resucitado, está lleno de vida. Pero todavía le falta mucho para exhibir toda su belleza.