Benedicto XVI, para los católicos Santo Padre y Sumo Pontífice, para el común de los mortales ciudadano Joseph Ratzinger, parece tener cierta fijación con el tema del condón y de los preservativos en general. Ya habló de ellos en el avión que le llevaba a Africa hace dos años, y ha vuelto a hablar de lo mismo estos días en una entrevista con un periodista alemán, en la que al parecer ha admitido la licitud de usar preservativos en caso de riesgo de infección o de visita a una prostituta…
Uno no acaba de entender esa obsesión por controlar en el nombre de Dios ese don de transmitir la vida a nuevos seres que según los creyentes el mismo Dios ha dado a la persona humana para que use de él libre y responsablemente. Y a este respecto interesa subrayar que las religiones tienen muy escasa incidencia sobre los niveles de natalidad de nuestras conciudadanas. Los cuales son bajísimos en países católicos como España, Italia o Francia, en torno a 10 nacimientos por cada mil habitantes, algo más de dos hijos por mujer. Y son bajos también, aunque un poco más altos, en países de religión musulmana como Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto o el mismísimo Irán de los ayatolás donde andan por los 15 nacimientos por cada 1.000 habitantes.
El caso es que en el año 2008 dicen que en Africa se infectaron de sida 1,9 millón de personas, siendo la causa principal de este contagio las relaciones sexuales sin control y sin el uso de preservativos. El caso es que en los países africanos de Niger y Mali nacen al año un promedio de 50 bebés por cada 1.000 habitantes. El índice de natalidad es excesivamente alto en toda Africa y en el Sudeste asiático.
Esta natalidad excesivamente alta genera en Africa hambre y miseria y epidemias, una espiral infernal de subdesarrollo. Por el contrario, en los países desarrollados, el bajísimo nivel de natalidad trae como consecuencia lógica el envejecimiento y disminución de la población. Se calcula que al ritmo actual España contará a finales de este siglo con apenas 10 millones de habitantes.
De momento, estos desequilibrios se arreglan con la emigración. La Europa desarrollada, América y Canadá, Japón y Australia reciben de Africa, de Asia y de Sudamérica los brazos necesarios para el trabajo y los habitantes que pierde por la bajísima natalidad.
¿Cómo conseguir un crrecimiento adecuado de la población, un nivel de natalidad ideal? Sencillamente, podría llegarse a frenar el crecimiento excesivo de la población de Africa y del Sudeste asiático si las africanas y mujeres del sudeste asiático tuviesen acceso a los medios modernos de contracepción. Y en los países desarrollados, la mujer podría aspirar a un número de hijos mayor si pudiesen decidir con absoluta libertad y como dueñas y señoras de su vida y de su cuerpo del número de hijos que desean tener, y de qué forma desean relacionarse con el padre de sus hijos.
Pero no será posible esa libertad si no se reconoce a la mujer el derecho a un puesto de trabajo en las mismas condiciones que el hombre, y si el hombre y la mujer no comparten las labores del hogar en un plano de igualdad absoluta, y si el estado o las instituciones no garantizan unos servicios mínimos para la educación de los hijos a todos los ciudadanos. Allá donde estos objetivos se han conseguido de alguna manera, por ejemplo en los países nórdicos, los índices de natalidad están subiendo…
Y a uno, ciudadano de a pie, se le ocurre que el líder de un grupo religioso, como el Papa, debería enfocar el problema de la natalidad desde una visión como ésta, y que toda la energía que despliega en desacreditar el condón y los preservativos debería centrarla en reclamar para la mujer la igualdad de derechos en el mercado de trabajo y en el hogar.
Que fue exactamente lo que hizo el Jesús del evangelio. Aquel que cuando querían apedrear a una mujer por adúltera dijo: “El que esté sin pecado, tire la primera piedra”, y luego le dijo a la mujer: “Vete en paz y no peques más”. El mismo que defendió a María de Betania cuando derramó un jarrón de perfumes sobre sus pies y Judas criticaba aquel derroche de aquella mujer… El que convirtió el agua en vino para salvar el buen nombre de unos recién casados en su banquete de bodas.
Pero no, en su viaje a España, el ciudadano Ratzinger, para otros Santísimo Padre Benedicto XVI, volvió a insistir en que las labores del hogar están más o menos reservadas a la mujer. Y por el contrario, estos días le ha dicho al periodista alemán que el sacerdocio, igual que el coñac español Soberano, “es cosa de hombres”.