La República de Haití, antigua colonia de Francia, fue la primera colonia de América en liberarse del yugo de la esclavitud y en formar un estado independiente en enero de 1804. Desde hace más de un cuarto de siglo, Haití hace frente a una profunda crisis social y política que amenaza la vida y la integridad de una buena parte de sus habitantes.
Y por si todo esto fuera poco…, en estas últimas horas estamos viviendo toda la conmoción de los hechos allí sucedidos. El temblor de tierra ha sacudido con virulencia a una de las zonas más pobres del planeta, y con ello también golpea a nuestra conciencia y a nuestra solidaridad.
Los medios de comunicación nos van informando de la destrucción casi total de los edificios, instalaciones, comunicaciones…, y nos muestran imágenes de cientos, de miles de cadáveres esparcidos por las calles, que hacen que un fuerte escalofrío nos recorra el cuerpo y se nos contraiga el alma.
De nuevo, como magistralmente escribe Federico Mayor Zaragoza, ha sido precisa una inmensa catástrofe para que el mundo “despierte”, tienda las manos y se “vuelque” consternado, emocionado, compasivo, en ayuda de una población –víctima- que, de pronto, aparece ante nuestros ojos tan entretenidos, tan distraídos, en un espectáculo horrendo, conmovedor.
Esperemos que no suceda como en el tsunami de diciembre de 2005, donde todos acudimos presurosos… y ¿después? Después, nada. Hay espacios de nuestra conciencia, como él bien señala, que no solemos visitar y, poco a poco, caen en el olvido.
Por todo ello, como sociedad civil que somos, ha llegado la hora de elevar nuestra voz para reclamar y exigir a los poderes públicos que se han terminado las incoherencias –si se ha “rescatado” a los financieros, ahora, rápidamente, corresponde el rescate de la gente, empezando por los más vulnerables–.
Y por otro, desde un plano más estrictamente personal, aun cuando todavía en nuestro corazón anidan y se entremezclan sentimientos cargados de compasión, desconcierto, vergüenza… podemos y debemos colaborar aportando nuestro granito de arena, auspiciar y abrirle hueco, aunque cueste, a la esperanza. Y si queremos, desde la fe de cada cual, rezar.
Ojalá, como manifiesta Mayor Zaragoza en su “vuelo humanista”, podamos algún día mirar a los ojos de los supervivientes y decirles: “El tiempo de la insolidaridad y del olvido, el tiempo del desamor, ha terminado”.