La señora entrada en años y
en achaques llegó hasta el colegio
electoral en su silla de ruedas, con sus bastones
en bandolera, empujada por su sobrina, hija o lo
que fuese. Pero unos metros antes del
salón donde estaba su mesa de votar,
pidió sus muletas, se alzó con
brío, y caminó flamenca y lozana
hasta la urna; sola, alta la frente, sobrada de
razón y de orgullo, guapa.
El votante anónimo se siente
importante, satisfecho de que una vez cada
cuatro años se tenga en cuenta y valore
su opinión. Nada más que por
eso, por subirles la autoestima a todos los
ciudadanos de todos los países,
habría que imponer en todo el planeta el
ritual del voto, y dar por bien empleados todos
los dineros que cuesta poner en marcha una
campaña electoral. Nada más que
por ver cómo se vienen arriba nuestros
compatriotas más anónimos,
oscuros y escondidos.
Pero luego viene Paco con la rebaja. Porque
resulta que todos los votos no tienen el mismo
peso en los resultados electorales. Resulta que
este partido consigue un escaño en las
Cortes con poco más de 50.000 votos, y
otro con casi un millón de votos solo
consigue dos diputados. Que un votante de un
partido nacionalista es más cotizado que
otro votante de izquierda Unida, por poner un
ejemplo.
Y luego resulta que como los comicios han
diseñado un mapa político
complicado y nebuloso, no se sabe quién
va a gobernar, y hay que hacer encaje de
bolillos para “apañar” un gobierno que
podría durar solo unos meses, y
podría abocarnos a repetir nuevamente
las elecciones…
O sea que casi al día siguiente del
subidón y la autoestima por las nubes a
uno se le agría la bilis y reniega de esta
democracia valleinclanesca tan ajena a aquel
principio de “una persona un voto”, y “todos los
votos tienen el mismo peso y valor”.
Y las cosas no terminan ahí. Porque
luego viene el veredicto de Bruselas, y del BCE,
y del FMI, y de las Altas Finanzas
internacionales. Y luego que si la Bolsa se
tambalea, a la espera de que surja un gobierno
acorde con sus apetencias, y el mercado de la
deuda, o sea eso de la prima de riesgo, se sube
por las paredes, y todo el mundillo neoliberal
nos previene de que tengamos cuidado con lo
que pasó en Grecia, que no quieren
ningún Varoufakis ni ningún
Tsipras por estos lares, que si la buena marcha
de la economía española se va a
evaporar…
¡Adiós autoestima!
¡Adiós voto!
Y la abuela que ve todo esto por la tele, se
queda en casa con depresión, y tira las
muletas por la ventana. Ella, que se
presentó con su sobre en la mano tan
flamenca, tan guapa, ante su mesa
electoral…