Trato de recurrir, en ocasiones, a referencias sobre populares cintas cinematográficas, con el fin de dar con títulos (o titulares) que puedan servir como estímulo al lector para dedicar unos minutos de su atención a los textos a los que van asociados. He de reconocer, no obstante, que, en esta ocasión, las representantes de Ezker Batua en las Juntas Generales del Territorio Histórico de Araba, me lo han puesto, realmente, fácil, al menos si creemos la versión que Xabier Agirre ha expuesto en su intervención ante el pleno de la cámara.
Supongo que todos nosotros, ciudadanos de a pie, habíamos imaginado, alguna vez, que los pasillos y despachos de las instituciones públicas debían ser testigos de constantes dimes y diretes, componendas y chanchullos. Pero, en esta ocasión, la tozuda realidad parece haber puesto de relieve el aspecto más desolador y censurable, pero no por ello más desconocido, del politiqueo a que nos tienen acostumbrados los cargos electos.
No creo que nos escandalicen (aunque deberían hacerlo) las transacciones que tienen por objeto los apoyos, en forma de votos, a la investidura de determinados candidatos, a cambio de ciertas contraprestaciones. Al fin y al cabo, casi todos los negocios jurídicos son fuente de obligaciones recíprocas para las partes que los celebran. Y los negocios políticos no deberían ser una excepción. Pero si la moneda de cambio que se pone sobre la mesa de negociaciones pasa de ser una exigencia de estrategia política, a la colocación de una retahíla de enchufados en puestos de la Administración, lo único que se consigue es transgredir el límite que separa la decencia de lo deleznable.
La dureza en esta apreciación no es gratuita. Y no lo es porque, en caso de que fuera cierto que la investidura de un Diputado General se hubiese condicionado a la obtención de 39 cargos para sus afiliados, las representantes del pueblo, elegidas por sufragio directo por la ciudadanía, habrían demostrado que les importa un bledo el devenir de quienes les han votado, y de quienes no, al anteponer el interés de un puñado de acólitos, a los teóricos principios generales de la política promovidos desde su formación política.
No entiendo nada. No sé cómo un partido autodenominado de izquierdas, es capaz de aupar al poder al partido más conservador del arco parlamentario, salvo, claro está, que haya vendido su alma por un plato de lentejas.
En cualquier caso, la respuesta a esta incógnita la vislumbraremos durante los próximos meses. Veremos qué futuro profesional les depara el destino a Julia Madrazo, Serafín Llamas y otros 37 compañeros.