Elorrio

Si alguien no conocía Elorrio, los acontecimientos vividos el pasado sábado en la localidad harán que su eco resuene por algún tiempo con matices ominosos. Porque no se puede calificar sino de abominable lo ocurrido ese día en su consistorio.

Parece mentira que quienes revisten todas sus proclamas con el celofán de la democracia y pretenden dedicarse a la política tengan tan poca idea de lo que esta doctrina representa. Ello lleva a la conclusión de que esgrimen el vocablo como un tópico vacío de contenido.

Tenemos la democracia que tenemos, basada en un sistema en el que un número limitado de personas representa al electorado. Y los poderes los conforman las sumas de mayorías.

El sistema tiene el defecto de que el partido más votado puede quedar relegado a la oposición si las alianzas otorgan más fuerza a otro candidato. Es algo normal cuando no se alcanzan mayorías absolutas. Ocurre en todas partes. Otra cosa es que funcione. Pero la dinámica no se puede calificar en absoluto de ilegítima.

Por ese motivo, el motín que protagonizaron el pasado sábado en el salón de plenos los simpatizantes de Bildu es cualquier cosa menos democracia. Lamentable, penoso, patético??? cualquiera de estos adjetivos define perfectamente esa escena en que la nueva alcaldesa del PNV, Ana Otadui, intenta articular entre gritos y bravatas un mensaje de concordia y cercanía, en el que debía de ser uno de los días más importantes y esplendorosos de su vida. Y lo hace a duras penas, no con la expresión radiante que sería de esperar en un acontecimiento como ese, sino con cara de funeral.

Somos conscientes de que quienes han abusado de las coacciones y amenazas como instrumento político no pueden cambiar sus mentalidades de la noche a la mañana. Sabemos también que este proceder ha respondido a una estrategia defensiva ante arbitrariedades e injusticias que se han cometido muchas veces con ellos, pero eso no justifica estos comportamientos de ningún modo.

Una cosa es protestar y otra es arrojar sobre unos representantes públicos democráticamente elegidos esa sarta de maldiciones en un acto solemne como lo es el de constitución del Ayuntamiento.

Es verdad que la democracia de que nos hemos dotado ha adquirido demasiados vicios y ya son muchas las voces que claman por transformarla en un instrumento participativo que dé más poder a los sujetos individuales.

Pero para llegar a eso todavía nos queda bastante que aprender. No sólo de respeto y tolerancia, sino también de solidaridad, esfuerzo y compromiso. Y es que estamos demasiado acostumbrados a ir a lo nuestro sin mirar a los lados ni por el retrovisor, y también a que nos lo den todo hecho.

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia