La sobremesa duró hasta que los “txikis” se rindieron de cansancio agotados de saltar y de vivir emociones en medio de unos centenares de personas de toda edad y condición que llenaban la carpa, de escuchar una música venida de siglos, de muchos siglos atrás, nacida en lo más hondo de los corazones del pueblo.
La Euskal Jaia soltó amarras muy de mañana con un paisaje multicolor de ropas, faldas, delantales, blusas, txapelas, pañoletas, abarkas y modas aldeanas de toda la vida. Se derramaron por todas las calles conjuntos de txistularis y trikitixas que cubrieron pusieron música al pueblo hasta la hora de comer.
El personal dejó la sala comedor de la casa para celebrar en la carpa una comida multitudinaria. En el escenario esperaban los instrumentos musicales y las partituras abiertas en los atriles, y a los postres arrancó la música. Se retiraron las mesas y explotó la dantza.
El maestro de ceremonias, micro en ristre, iba marcando los pasos de danza a bailar. Música lenta, ritmos sencillos, movimientos pausados, y revoltijo de todas las edades, desde recién nacidos en brazos de sus amas, pasando por niños, adolescentes, mocitos, mozas en primavera, amas de casa, caballeros txapela en mano o en cabeza, aitites bailando con su bastón de pareja.
No era el baile de primero de año de la corte de Viena, ni las polkas y polonesas de Varsovia, pero lo que allí se bailaba tenía un parecido con todas las danzas de Europa, pero, !eso sí!, el sello popular nada aristocrátrico sino democrático, de un pueblo en el que nadie es más que nadie.
Era la expresión eterna de un pueblo que sigue fiel a sí mismo a pesar de todos los pesares. Una expresión que se sentía viva en los aitites, en las mozas en primavera, en los bebés con el txupete al cuello.
Se veían ropajes de hoy, nikis que no cubrían apenas las cinturas, bustos y cuerpos bien torneados, pantalones ajustados, alternando con ropas tradicionales.
El sábado pasado le tocó a Amorebieta Etxano, pero esta “euskal jaia” viaja año tras año por todos los pueblos de la comarca y de Euskal Herria entera, retrata a una colectividad en la que lo de ayer está vivo y seguirá vivo, pero respira y se mueve, trabaja y es punta de lanza de lo mejor que nos está trayendo el progreso.