Recién llegaba de su última
travesía: llena la mirada de azules de
mares y cielos, y los oídos de sirenas
de barcos lejanos y el runrún de los
motores en en el vientre del enorme carguero
que acababa de descargar en Marsella
toneladas de gas para calentar el invierno de
Europa. A gusto se dejaba conducir del brazo
de su compañera con la que se
recuperaba de centenares de noches de
soledad paseando por los soportales en una
tarde de aguacero.
Es uno más entre tantos capitanes
que conducen pasajeros, petróleo,
coches, máquinaria entre
Japón, América y Europa.
Tantos capitanes marineros nacidos al pie de
Mugarra o Belatxikieta, que zarparon por
primera vez desde el Abra bilbaína a la
conquista de todas las rutas marinas y miden
sus vidas por miles y miles de millas marinas.
Apenas llegado, el azul de los horizontes
marinos de sus ojos se le llenó de
montes, y las sirenas y el runrún de
motores dejaron paso al canto de la torrentera
de temporal rodando por el cauce del
Ibaizabal; y tras unas horas, allá se
fue como uno más de la bandada de
hinchas con su bufanda blanquirroja a
animar al Athletic en el partido de la
Euroliga contra el Torino, y volvió feliz
a pesar de la derrota y eliminación,
porque pudo comprobar que los Leones de San
Mamés siguen siendo los Leones de
siempre y San Mamés rejuvenecido es
el mejor estadio de fútbol del mundo
mundial.
El transporta gas, otros capitanes nacidos
entre nosotros transportan coches de
Japón a América, de
América a Europa, y otra vez de
Europa a Japón o América; y
de vez en cuando cargan coches de lujo
oriental para jeques de Arabia saudí.
Casi no los vemos, pasan desapercibidos
entre la gente, sus esposas pasean entre
nosotros sus soledades y su orgullo. A veces
hacen alguna travesía en
compañía de sus maridos, y
vuelven contando aquella tormenta terrible en
el Pacífico Norte, entre Tokio y
Vancouver, el paso por el Canal de Suez, o
aquel otro viaje en que Suez estaba cerrado
por problemas de guerra entre Israel y
Hamás, o Egipto, y tuvieron que volver
a Europa por Sudáfrica, igual que Juan
Sebastián Elcano el de Guetaria, dando
la vuelta entera al continente africano.
Y en no sé qué puerto se
les colaron tres polizones negros como el
carbón, escondidos bajo dos barcas de
salvamento, que de noche visitaban la
despensa y comían lo primero que
encontraban. Y una vez descubiertos, hubo
que alimentarlos a cuerpo de rey, y no los
quisieron en Italia, y los desembarcaron en
Francia donde les concedieron asilo.
Es como tener el mar en casa, es como
tener un balcón abierto a los Siete
Mares, como vivir puerta con puerta con todos
los pueblos y todas las razas, y andar
intercambiando servicios y mercancías
con todo el mundo.
Tal vez no nos damos cuenta, pero estos
marineros durangueses o zornotzarras con sus
idas y venidas de casa al mundo, del mundo a
casa, nos mantienen viva la conciencia de que
somos ciudadanos del planeta, y vecinos de
un mismo municipio que llamamos universo,
de este arco iris de colores que formamos
todos los humanos.
Bienvenido a casa, capitán
zornotzarra, apasionado hincha del Athletic,
derrotamos al Madrid en San Mamés,
y luego nos veremos en la final de Copa con
el Barcelona. Ya va siendo hora de traernos a
Bilbao una copa más, y sacar la
gabarra por la ría. !Eup!