Fieles a su cita, desde San Blas de febrero, están con nosotros las eternas emigrantes llegadas de África volando sobre nuestros tejados, vigilando las rutas de los vientos desde las torres de campanarios, reclamando sus viviendas en árboles de este o de aquel parque, afanandose en sus labores de limpiar de alimañas montes, praderas y riachuelos para alimentarse y dar vida a una nueva generación de polluelos que continuarán su misión en el futuro.
En un tiempo ocuparon la torrera metálica de la Telefónica de Amorebieta-Etxano, pero las echaron de allí mediante “concertinas” inventadas para ellas. Y lo suyo les costó a la empresa, porque reivindicaron su derecho a vivir en la torreta, y fueron necesarios más y más estorbos, desistieron de sus nidos, pero siguen aparcando entre las concertinas, y llenando de semillas y hierbajos el tejado, mal que le pese a los propietarios del edificio telefónico.
Y les pusieron otros postes para sacarlas del casco urbano, pero no les gustaron, al parecer las cigüeñas se consideran con derecho sagrado concedido por la naturaleza para vivir donde ellas eligen, en razón de su multisecular ocupación y de su servicio al medio ambiente y al equilibrio de la naturaleza que nos rodea a los humanos.
Uno diría que esta reivindicación de las cigüeñas frente a la hostilidad de algunos humanos debería enseñarnos que nuestra especie del homo sapiens es más ave que árbol, más de alas y plumas que de raíces y hojas. Uno diría que el homo sapiens debe respetar con mucha más razón esta tendencia gravada a sangre y fuego de nuestro ser humano hacia la emigración. Como la Telefónica de Amorebieta, el presidente Trump ha puesto a los humanos una valla y miles de policías en la frontera de México y California, mete en la cárcel a los niños y los separa de sus padres, les niega papeles, y que entre España y Marruecos han puesto vallas con concertinas y han suspendido las leyes de salvamento de los náufragos en el Mediterráneo, y han amarrado a la fuerza a los barcos de salvamento fletados por ONGs europeas para que no lleguen a Italia ni a Grecia ni a Malta.
Pero contra naufragios, concertinas y murallas, los seres humanos siguen emigrando de sur a norte, (bueno, de norte a sur tienen vía libre para robar a africanos y sudamericanos sus riquezas…).
¿Hasta cuándo va a seguir el ser humano frenando a sus hermanos en su afán de emigrar, en su instinto grabado a sangre y fuego de emigrar.
El caso es que alguien, de apellido Bergoglio para más señas, interrogado por Jordi Evole en el Vaticano, ha pronosticado que la nación o país que levanta muros para impedir la llegada a los emigrantes, ha empezado a cavar su propia tumba; o algo así…
Durango, Amorebieta-Etxano y otros municipios convocan a sus vecinos todos los meses para proclamar el derecho sagrado de los humanos a venir a vivir entre nosotros y encontrar unos medios de vida que en su tierra se les han negado con guerras y expolios. Y los medios informativos, impresos o digitales, y los pañuelos al cuello se llenan de saludos de bienvenida para los que llegan: Ongi etorriak, Errefuxiatuek!
Los necesitamos, igual que nuestro medio ambiente necesita de las cigüeñas que liberen campos praderas y riachuelos de insectos, serpientes y animales dañinos. En esto, el tal Bergoglio tiene toda la razón del mundo…