Indiferentes ante la violencia machista

Durango acaba de ser escenario de un nuevo episodio mortal de violencia machista. Tras el asesinato en enero de 2005 de Ofelia Hernández, una joven bilbaína ha muerto a manos de su novio. Demasiada fatalidad para un pueblo tan pequeño, pues lo normal es que estos asesinatos ocurran en las ciudades y que su traza siniestra aparezca salpicando toda la geografía del Estado.

Desgraciado es el hecho en sí. Pero tanto o más triste aún es la nula concienciación social que existe en torno a este tipo de perversión de la naturaleza humana. Según datos de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, sólo un 1,5% de la ciudadanía del Estado considera la violencia machista un problema social grave.

Y eso que los casos aumentan cada año y que las víctimas son cada vez más jóvenes, lo que demuestra que los mitos y los estereotipos machistas se heredan intactos de la anterior generación. Se transmiten en los hogares y, por mucho que las escuelas desarrollen programas para favorecer la igualdad, si en casa no hay concienciación o no se intenta ser congruentes con lo que se enseña en los centros, los programas coeducativos sirven de poco.

Así que queda pendiente la tarea de reeducar también a muchas madres para que pudean presentar a sus hijas e hijos modelos de mujeres autónomas, decididas, con criterio propio y emocionalmente estables. Para que se conviertan en personas autorrealizadas, en suma.

Alguien pensará: ¿Y los hombres?… Veamos, todas las revoluciones se han hecho ???contra??? la ideología dominante, en este caso el Patriarcado (modelo de organización social donde los hombres ostentan la hegemonía de la autoridad y del poder) y no ???con???. Espero que nadie interprete que propongo que los hogares tradicionales se conviertan en un campo de batalla escenario de luchas de poder entre hombres y mujeres. Nada de eso. Estoy instando a que las mujeres reclamen su espacio, su autonomía, su dignidad, en caso de que se sientan privadas de todo ello. Y el cambio en sus compañeros vendrá dado por añadidura. Así está ocurriendo poco a poco: hombres a los que sus madres literalmente servían tienen que compartir el cuidado de la casa y la crianza de hijos e hijas. Pondrán más o menos ganas, y lo harán en mayor o menor proporción que sus compañeras, pero cada vez son más los que lo hacen. Y poco a poco la costumbre va haciendo ???ley???.

Pero para que este esquema familiar de colaboración vaya germinando es imprescindible que las instituciones, quienes han asumido los postulados igualitarios sembrados por las organizaciones feministas, se impliquen también y alienten con las medidas oportunas esta transformación de la familia nuclear, que habrá de desembocar en un nuevo concepto de la feminidad, de la masculinidad y de la propia organización convivencial.

Entonces tal vez hayamos logrado asomarnos siquiera a una sociedad que no se muestre indiferente ante el asesinato de una mujer a manos de un hombre sólo por el hecho de ser mujer. Y en la que, cuando esto ocurra, no se escuchen excusas de todo tipo para rehuir el compromiso.

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia