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La higuera

En los anales de la historia más cercana no figuran algunas de las más importantes batallas liberadas por aquí entre los años 1966 y 1970. Luego vinieron otras.

Los indios habían provocado a los cuchillos largos y casi terminamos masacrados el año en que el primer hombre pisó la Luna en blanco y negro.

Vinieron del otro lado de las vías por donde el caballo de hierro transportaba a muchos padres que acudían al trabajo a diario.

Aquellos raíles que marcaban el territorio de la reserva nos daban cierta seguridad ante el enemigo, aunque la imagen que tenían de nosotros era de aldeanos tan cortitos como el rabo de nuestra boina.

Habíamos asimilado de ellos la construcción de defensas, así que nos inventamos un fuerte y colocamos nuestra bandera. En el centro crecía una higuera a la que nos encaramábamos a menudo para hacer guardia, con una munición muy a mano como resultaban ser las brevas verdes y duras. Entre nosotros era un desafío ver quien llegaba más arriba para luego columpiarnos como los monos entre las ramas.

Amama nos advertía sobre el tipo de enseña que colocábamos. Era normal, la bicrucífera vasca estaba prohibida. Nunca dimos motivos de preocupación a nuestros tutores. Éramos salvajes y nuestros estandartes reflejaban siempre muestras de la naturaleza: Zorro Veloz, Gran Oso, Hermano Sol, Lobo Feroz, flechas y arcos, plumas y pájaros. La seductora Caperucita llegó un par de años después.

Acaso cuando éramos Robin, Espartaco o Ben-Hur cambiaban un tanto el arsenal e indumentarias, pero nuestra arma favorita siempre fue el tiragomas. Los gatos del barrio lo sabían con certeza y algún que otro perro ladrador.

Me pregunto en ocasiones cuántos niños del presente siglo han trepado alguna vez a un árbol, no digamos ya para mangar fruta, como hacíamos por Garaizar.

– ¡Cómo se van a subir a un manzano los chavales de ahora si no quieren la manzana que tienen delante sobre la mesa! -comenta aittite Alberto.

– ¿A qué árboles van a trepar? En mi pueblo no hay. Además, aunque los haya, los niños de ahora son demasiado vagos para hacer semejante esfuerzo –asegura amatxo Agurne.

Hasta aquí llega mi encuesta. Me acabo de percatar de que sigo en la higuera, de la que al parecer nunca debí bajar.

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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