La igualdad es una habilidad que hay que cultivar

Este año se cumple el centenario de la conmemoración del 8 de Marzo. De lucha feminista. En este tiempo, hemos alcanzado logros impensables hace cien años en el mundo occidental. Desde el derecho al voto, pasando por el acceso a la universidad y al trabajo remunerado en las mismas condiciones que los hombres, aunque todavía sin igual salario; el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo…

Podría parecer que está todo o casi todo hecho. Es más, muchas jóvenes crecen desde hace décadas con la sensación de que la opresión es cosa del pasado. Hasta que acceden a la vida laboral y comprueban que cobran menos por hacer lo mismo. Luego forman pareja con un hombre y cargan sobre sí con casi toda la responsabilidad familiar. Al mismo tiempo, salen a trabajar fuera de casa para aportar ingresos y se les exige y se autoexigen, en casa y en el trabajo, como el que más.

Y leo de vez en cuando que se llegan a sentir estafadas por una igualdad que es más formal que real. Digo que leo porque nunca he oído nada semejante de boca de ninguna mujer… La autonomía económica y personal es una gran conquista como para renunciar a ella de buenas a primeras.

El caso es que, es cierto, las jóvenes disfrutan de privilegios respecto a sus antecesoras pero, en la práctica, todo se les hace cuesta arriba. Incluso aunque, cada vez, puedan contar más con sus compañeros para todo.

Estas y otras paradojas nos han llevado a un punto en el que, no sólo el feminismo práctico de cada día, sino el teórico, buscan respuestas a importantes interrogantes. Dejaré el segundo a las intelectuales del ramo y trataré de decir algo sobre el primero:

En la existencia, todo es proceso. Siempre estamos en marcha hacia algún objetivo. Si no es así, no resulta difícil sentirnos vivos. En lo que a igualdad se refiere, en esa adaptación, las mujeres han tenido que dejar en el camino pautas tradicionalmente asociadas a la feminidad, y los hombres otras propias de la masculinidad. Hablamos de roles, de lo que se supone que deben representar (no ser) mujeres y hombres por el hecho de serlo. También de querencias asociadas a la condición femenina o masculina.

Tradicionalmente se educa a las mujeres desde pequeñas para ser mujeres antes que para otra cosa. Y a los hombres para ser hombres. Todavía se sigue haciendo. De ahí que, cuando llega la hora de la verdad, la hora de la igualdad, sólo unos pocos y pocas están entrenados para el desafío.

Ciertos estudiosos de la condición humana aseguran que el mayor enemigo de los cambios son los hábitos. ¿Cómo van a aprender unas y otros, sobre todo ellos, a entenderse y hacerse entender si no están acostumbrados a manejarse en la equidad?

Bien, pues creo que el reto del feminismo es en este momento hacer comprender a la sociedad que la educación empieza en la infancia y en las familias. Y que se avanza día a día y que, así como hay que ejercitar cualquier destreza, también hay que aprender el comportamiento igualitario, que no deja de ser una habilidad social.

Y que para enseñar no hay como dar ejemplo. Y que si queremos que nuestros hijos e hijas vivan unas relaciones de pareja y de familia sanas y equitativas hay que comenzar a trabajar desde ya. En casa. Cada día. ¿Qué tal si, en vez de educarlos para ser hombres o mujeres probamos a educarlos para ser personas?

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia