La maté porque era mía

Parece ser el sentir de una parte de nuestra sociedad. Todavía hoy, a escasos días de la conmemoración (que no celebración, como se empeñan en reiterar algunos medios de comunicación, y algunas políticas y algunos políticos mediocres) del día contra la violencia contra las mujeres, buena parte de la sociedad en la que vivimos sigue respirando, todos los días, esta máxima.

Y no me refiero, en exclusiva, a los hombres, ni tampoco a todos los hombres, lógicamente. Muy al contrario, en contra de lo que pudiera parecer a priori, la violencia contra las mujeres es la expresión más atroz y terrible de lo que con carácter general y habitual se vive con “normalidad” en las calles y plazas de nuestros municipios, aquello que está en el inconsciente colectivo: ese “mujer tenías que ser”, esa represión sexual larvada y silenciosa a la que se nos somete, esa educación diferenciada e inconsciente entre hijas e hijos… Las expertas y los expertos nos hablan de “la punta del iceberg” de una sociedad que vive la desigualdad en cada minuto de las 24 horas del día. De hecho, salvo quienes han realizado un recorrido voluntario y muy consciente por las actitudes de desigualdad que nos acompañan en nuestra vida, todas y todos damos por hecho (sin ni siquiera cuestionar) que vivimos en la igualdad. Grave error.

No pretendo igualar las actitudes violentas contra las mujeres a las discriminaciones diarias e inadvertidas que sufrimos, ni mucho menos. Sin embargo, lo cierto es que esa actitud generalizada respecto de la mujer (fabricada con tesón y dedicación a lo largo de siglos de control y dominación a lo largo y ancho de este planeta) propicia en algunos hombres la sensación de que pueden (y hasta deben!!!!) controlar a la mujer, a “su” mujer, al mismo nivel que las propiedades de que dispongan. Y si es posible que usen y abusen de sus propiedades, también lo harán con esta otra “propiedad”.

De este modo, desde este esquema mental se propician todo tipo de actitudes violentas contra la mujer: ataques con ácido en India y Bangladesh, ablaciones a niñas y adolescentes en África, violaciones masivas en conflictos armados de todo el mundo (en todos los continentes, incluida la “educada” Europa, y como muestra baste recordar lo que ocurrió en la guerra de los Balcanes) y agresiones de todo tipo (contra la libertad sexual, contra la integridad física, contra la vida) en cualquier parte del planeta.

La denuncia sistemática y pública de este tipo de hechos por sí sola no es suficiente para acabar con ellos. Hemos de hacernos conscientes, todas y todos, día a día, hora a hora, minuto a minuto, de todo aquello que mina la igualdad y la dignidad de las mujeres, y, con ello, nos coloca imperceptiblemente por debajo (milímetro a milímetro, centímetro a centímetro) de los hombres. Debemos ser conscientes para revocar su efecto y generar igualdad real, más allá de consignas, más allá de lemas, más allá de poses, es una pelea diaria, silenciosa, larga, que compete a todas y a todos, y que debemos llevar a todos los rincones de nuestras vidas. Así sí habrá futuro.

PD: Esta semana también se cumplirán 38 años de la muerte del dictador Franco quien, entre otros muchos títulos, también colaboró activamente en el fomento de la conciencia de desigualdad y del estatus de inferioridad de la mujer y de su sujeción al hombre (todavía hoy presente en el nacionalcatolicismo residual que aún fomenta el “Cásate y sé sumisa”). Reitero, desde estas líneas, la condena más rotunda al régimen franquista. Desde EAJ-PNV exigimos memoria y Justicia.

Goiztidi Díaz es concejala en Durango (EAJ-PNV)