La queja

Hay personas a las que todo les parece mal. Que ven siempre borrascas sobre los horizontes despejados. Que piensan que tienen mala suerte porque nunca se conforman con nada o se marcan objetivos inalcanzables.

Hace poco paseaba por un fresco paraje dejándome acariciar por el aire de la mañana, cuando una conocida me saludó desde su ventana. Entre otras cosas, me comentó que tenía el salón lleno de flores. Me fijé que el sol daba de lleno sobre su ventana. «¡Qué bien –le dije–. Qué contentas estarán con esta claridad!».

«¡Bah –resopló– no hacen más que darme trabajo, sueltan muchas hojas y me paso el día barriendo!» La respuesta me dejó atónita. Confieso que, más por levantar mi ánimo que el suyo, me esforcé por que apreciara la belleza donde sólo veía desperdicios: «¿Y la alegría que dan cuando están todas en flor?» Al cabo, recapacitó: «Sí, es verdad, es que nos quejamos por todo».

Una impresión parecida, pero esta vez más racional, la viví con ocasión de las críticas vertidas a la programación de los ‘Sanfaustos’ en los foros de este medio digital. En la fotografía que ilustraba la información, aparecía, ajeno a cualquier objeción, un sonriente Natxo Martínez, concejal que lleva décadas trabajando voluntariamente para que los demás vivamos las fiestas sin preocuparnos de otra cosa que de disfrutarlas.

La crítica no es mala. Muchas veces se hace más que necesaria, pero para que sea digna lo ideal es acompañarla de esa cualidad que le hace noble: ‘constructiva’. Quien no admita una propuesta, que ofrezca otra mejor. Pero no suele ser precisamente éste el protocolo habitual. Normalmente, se recurre al juicio sumarísimo.Y cuando se requiere participación para enriquecer alguna idea, pocos se apuntan.

Todos pasamos por esa época de rebeldía en que nada parece hacerse a nuestro gusto. Esta es una enfermedad que se debería curar con la edad. Pero se ve que en algunos casos se cronifica.

Y es una pena, porque si hay pocas cosas en las que podemos ser realmente libres una de ellas, y muy importante, es poder elegir entre reconocer el inmenso valor de aquello que se nos da gratis o vivir pensando que todo tiene un precio. Admirar lo que la naturaleza nos ofrece a cada momento y lo que otros hacen por nosotros o vivir encerrados en la permanente sospecha de que todo lo que se nos brinda es a cambio de quitarnos algo más valioso. Entre sentirnos en deuda con la vida al comprobar que cada día nos regala una nueva oportunidad o creer que podemos exigirle todo.

Vivimos el fin de unos tiempos. Esperamos una Tierra nueva donde habite la justicia