Lampedusa, con sus miles de muertos en
el mar, es solo una anécdota. Un episodio
puntual de una frontera que atraviesa el
planeta entero erizada de púas, concertinas,
miles de policías y miles de mafias carroñeras
que prometiendo a los desesperados un
pasaporte al paraíso los conducen al naufragio
y a la muerte.
Hay otra frontera terrestre entre Grecia y
Turquía, Filakio, con cuatro comisarías, 12
kilómetros de valla y 1.800 policías al acecho
de los que intentan entrar en Europa. Y otra de
30 kilómetros en Bulgaria con 1.500 policías
que encierran a los que se atreven a
atravesarla y los encierran en antiguas cárceles
de los tiempos del telón de acero y del
comunismo soviético.
Hay una frontera en Calais, Francia, en la
que los inmigrantes se cortan los dedos para
que no los identifiquen tomándoles las huellas
dactilares. Y una larga frontera entre México y
Estados Unidos con miles de policías yankees
vigilando. Y toda una flota de barcos vigilando
los mares de Australia y miles de carteles
puestos por el gobierno de ese país para
disuadir a los que intentan entrar en él:”No
lograréis que Australia sea vuestro hogar”.
Pero todo el Primer Mundo sabe que
millones de personas huyendo del hambre, la
guerra y la miseria, a pesar de todos estos
pesares, seguirán intentándolo. Y todos los
habitantes del Tercer Mundo gritan con su voz
y su sangre y sus ganas de vivir que ellos
también tienen derecho al trabajo, y a la paz,
y al bienestar, que la tierra es de todos y
nadie tiene derecho a privarles de su lugar al
sol.
Que no se puede poner puertas al campo,
ni nadie ha inventado todavía fronteras
impermeables capaces de disuadirles ni de
cerrarles el paso.
Y todo el mundo sabe que hay una
solución a esta guerra sorda entre ricos y
pobres, que la inmigración produce riqueza en
el Primer Mundo y alivia la miseria del Tercer
Mundo, que hay que atacar el problema en los
países del Tercer Mundo, financiando el
desarrollo económico de esos países. Que si
todos tuviésemos a nuestro alcance los medios
suficientes para vivir dignamente, todos
viviríamos mucho mejor, y las guerras podrían
acabarse.
Hubo un tiempo en que los países del
Tercer Mundo como el Congo exbelga,
Indonesia o la India se asociaron en una
organización de países no alineados. Incluso
plantaron cara al Primer Mundo mediante
guerras abiertas en Angola, Argelia, Vietnam,
etcétera. Y dieron al mundo héroes como
Gandhi, Lumumba, Nelson Mandela…
Hoy, las guerras siguen en el Tercer
Mundo: Palestina, Siria, las milicias
yihadistas… Pero el acuerdo entre el Tercer
Mundo y el Primero queda todavía muy lejos.Y
quizá se puede temer que un día los habitantes
del Tercer Mundo no se conformarán con
inmigrar a los países del Primer Mundo.
De momento, tenemos un mundo cargado
de fronteras que disparan sobre los pobres que
quieren atravesarlas. Y un Tercer Mundo en el
que los países ricos regalan balones a los
niños, las ONGs montan escuelas y
campamentos de refugiados y hospitales para
enfermos del ébola o la malaria.
El Primer Mundo y sus religiones llevan al
mundo cataplasmas, ropa usada y juguetes. Y
buenas palabras, y promesas para más allá de
la muerte… No hay más que mirar a lo que
pasa en Lampedusa.
En algunos casos huyen de gobernantes fanáticos religiosos a los que sigue mucha gente. Se matan entre éllos y es muy difícil solucionarlo sin que nos acusen de prepotentes o de creernos los dueños del mundo, como les pasa a los norteamericanos. Ningún país de Europa va a intervenir militarmente para que esa situación cese, estaría mal visto y costaría mucho.. Sobretodo, votos.
En algunos casos huyen de gobernantes fanáticos religiosos a los que sigue mucha gente. Se matan entre éllos y es muy difícil solucionarlo sin que nos acusen de prepotentes o de creernos los dueños del mundo, como les pasa a los norteamericanos. Ningún país de Europa va a intervenir militarmente para que esa situación cese, estaría mal visto y costaría mucho.. Sobretodo, votos.
Como siempre, un placer leerte.
Como siempre, un placer leerte.