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Los gloriosos ocho

Héroes cotidianos promovidos y propuestos para importantes premios y reconocimientos. Ellos, unos hombres que toda su vida se han dedicado a hacer aquello que aprendieron sumando libros, polvo, sudor y oscuridad.

En conciencia, no han realizado labor que estuviera fuera de su alcance y conocimientos, pero quizás el mayor premio sería que desde ahora se pudieran revisar sus salarios y lo que tal vez sea más importante, su pensión cuando la graciosa ley decide que han cumplido con la sociedad.

Bomberos cuestionados por negarse a desalojar gente humilde desahuciada, navegantes y socorristas rescatando cuerpos, cuando se lo permiten, de una profundidad distinta, trasparente, viva, aunque en ocasiones únicamente se obtengan cuerpos inertes, hinchados de agua.

Revoluciones allende los mares por un líquido negro, entremezclado con demasiada sangre de tantas disputas provocadas, mentiras y latrocinios.

Es complicado parar esta locura vomitiva que a diario nos invade las neuronas hasta tal punto de nublarnos la razón y no saber discernir la difusa línea donde termina lo razonable y empieza la desmesura, la desproporción, el tremendismo.

No se considera delito traficar con los sentimientos y nuestra fealdad crece por dentro y es contagiosa.

Aquí más cerca de casa, los ríos protestan y escapan de sus cauces, se manifiestan abiertamente por calles y carreteras y mueren personas, unas más prudentes que otras. Se levanta el asfalto, se deforman las rutas, el lodo y las piedras se apoderan de las vías. La Zodiac zozobra entre las furiosas olas y el viento arranca ramas y árboles.

Alerta naranja. La Naturaleza se ha conjurado contra el mundo. Nosotros decimos:

-¡qué temporal!-y Ella seguramente nos contesta: -es el pago por lo que me estáis robando y el daño que me estáis haciendo.

Los gloriosos ocho tienen una historia y un rostro, aunque probablemente la misión más triste de su existencia haya sido pelearle un pequeño cuerpo humano a la tierra para tener que devolvérselo horas más tarde.

Pensándolo detenidamente: antes de que la luz del sol pueda brillar a través de la ventana, deben levantarse las persianas.

Finalmente, entre la amargura y la cordura, hay un resquicio para el consuelo.

Estamos con los ocho, con todos los ochos.

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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