En otros tiempos, en esta península, las madres cargadas de hijos de diez hasta veinte recibían los honores y premios y alabanzas del poder político y de las jerarquías religiosas.
Hoy, autoridades civiles y religiosas se alarman porque le población envejece, los mayores viven más años y cada vez nacen menos niños. El mundo que consideran civilizado acepta que las mujeres decidan no ser madres, o bien renuncien a nuevos embarazos y más hijos cuando han llegado a la “parejita”.
Se acepta como principio indiscutible que la mujer es dueña de su cuerpo y de su fecundidad, se planifica la familia a formar con ratios estrechos, se construyen viviendas para familias reducidas… Se aceptan en sociedad parejas de lesbianas o de hombre con hombre.
Pero siguen llegando desde la emigración, desde Africa y América, modelos familiares extremos por demasiado o por demasiado poco.
Y este señor africano, cuya madre ronda los noventa, reconoce que en su casa nacieron diecinueve hermanos, murieron demasiado pronto nueve, diez u once, y sobreviven solamente ocho, o…
Y se habla de la mujer africana esclavizada por el padre de familia, de la poligamia, y se ve a la mujer africana caminar delante del marido llevando la carga como si fuese el animal de carga de la casa, mientras el hombre pasea plácidamente contemplando el paisaje. Y los lupanares de Europa se abastecen de esclavas sexuales de ojos rasgados de Oriente o de pieles negro azabache del sur de Sahara…
Y las mujeres no pueden asistir a partidos de fútbol si no van acompañadas de un varón…
Occidente, Europa, harían bien en dotar a todas las mujeres que vienen de otros continentes de los medios oportunos y del asesoramiento y conocimientos necesarios para decidir soberanamente qué tipo de familia desearían, cuántos hijos podrían y desearían tener, o proyectar su matrimonio en libertad, con un mismo marido toda la vida o con otras alternativas y cambios de pareja si los considerasen conveniente.
Vivir, lo que se dice vivir, disfrutar de la vida y los placeres que puede proporcionar al ser humano, hacer de su familia un jardín donde crecen rosas sin espinas, o simplemente una alfombra de césped para pasear por ella.
Porque la vida, a pesar de lo que se reza en la Salve Regina, no es exactamente un valle de lágrimas o deberíamos aspirar a que no lo fuese…