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Niños presos

Los niños y niñas pasan menos tiempo en la calle que los presos, según una investigación de marcas comerciales británicas que publica ‘El País’. Y en Durango tampoco lo tenemos fácil para romper esta estadística. La lluvia llegará mañana, y volverá la semana que viene, y se intensificará el mes que viene… y Durango, para padres, madres, cuidadores, cuidadoras, niños, niñas, adolescentes, jubilados, jubiladas, etc. sigue sin estar preparada para estos días.

En verano, cuando hace bueno, cojo la bici y me voy a unos columpios, al borde del río, a visitar a la familia, a una plaza a tomar algo o a comprar pan y distraernos por el camino. La bici y el placer de disfrutar del camino con mi hijo de dos años. En invierno, el clima invita a quedarte en casa. Y en Durango no hay una excusa, un objetivo concreto, un lugar seductor para salir de casa y pensar en lo bien que nos lo vamos a pasar en nuestro destino, pero pensando más en lo beneficioso que va a ser para Ekhi y para mí el propio camino. De casa, al lugar.

“¿Y por qué no te quieres quedar en casa?”, me preguntan. Porque un padre también necesita estar con su hijo, en un entorno donde la principal referencia de apego no sea su madre, que sucede la mayoría de veces. Estoy en casa, sí, juego y nos divertimos. Pero generalmente pocas veces estamos solos. Estamos con nuestros juguetes, con su madre, con nuestros bolígrafos, con nuestros cachivaches… estamos juntos, pero todos revueltos.

Si me quedo en casa pocas veces soy su principal referencia emocional y afectiva. Es normal. Si le entra el hambre, si tiene sueño, si necesita un abrazo, si se siente mal, si llora… se aleja de mí, en lugar de acercarse. Jugamos, sí, pero no es tan fácil conectar con su lado más frágil, más primitivo y humano, más emocional.

Si me quedo en casa me mira como de refilón o de pasada. Es consciente de que estoy allí, porque me quiere y me necesita, pero a veces me siento así, como un complemento más de su vida. Está con él su padre; pero también sus juguetes, sus cachivaches, sus pinturas… que comparte conmigo. Y también están sus miedos, sus llantos, sus  enfados, sus emociones, que esas, ya, las comparte con sus madre. Porque ahí, en casa, está, sobre todo, su madre, su principal referencia; y con ella, felizmente, se siente seguro, claro.

En la calle

En la calle, sin embargo, la cosa cambia. Me agarra de la mano y siento eso, sencillamente, que me agarra para sentirse seguro, porque soy la persona que mejor le hace sentir ese momento. Esa mano, que a veces se convierte en un abrazo, sirve para todo en la calle: para jugar con un palo, para consolarle cuando se cae, para agarrarla cuando hablamos con alguien que se le hace desconocido. Mi mano y la suya sirven para jugar y para reconfortarnos mutuamente.

Y las miradas cambian en la calle, como también cambian las pequeñas conversaciones sobre cuestiones tan banales que me hacen sentirle cerca. En la calle desaparece el entorno; a veces, somos él y yo. Soy yo, y nadie más, el que se preocupa de si tiene hambre, si está cansado, si está triste o alegre. En la calle, en definitiva, siento lo que es ser padre. ¿No queríamos eso, que los padres sintieran su paternidad desde otro lado?

Aunque tenga que hacer mucha autocrítica, porque tengo infinidad de cosas que mejorar para llegar a una paternidad que no piense casi solo en mí, sino en toda la familia, reivindico otro tipo de “calle”. La calle preparada para que sea un lugar de ocio para padres, madres y pequeños y pequeñas, pero también la calle para conectar con las nuevas formas de paternidad.

Sin más, me gusta estar en la calle, porque entre tantas cosas y entre tanta gente, él y yo podemos ser únicos.

Julen Orbegozo kazetaria da

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4 Comentarios

  1. Aitite Patxikotxu

    Será quizás por la edad y chocheo. No sé, no entiendo o soy de otra generación: Queremos espacios cubiertos para que jueguen nuestros niños y petamos Urkiola totalmente nevado y con temperaturas bajo cero. ¡Que Manitú me proteja! Yo reivindico los grandes espacios abiertos, las amplias praderas y verdes valles y los campos de fútbol con hierba natural y barro.

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    1. JUAN

      Tampoco tenemos de eso que reivindicas.

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      1. Aitite Patxikotxu

        Por eso lo reivindico, Juan. Si lo tuviéramos no lo haría.

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        1. JUAN

          Creo que ambas reivindicaciones son totalmente complementarias a la vez que necesarias. Yo también soy de otra generación, me gustaba tirarme en el barro, ensuciarme y jugar al aire libre. Pero también me gustaba tener donde sentarme con mis amigos a contarnos confidencias sin tener que mojarme el culo.

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