El anuncio hecho por Obama el pasado jueves de que EE UU abandona la ???guerra contra el terrorismo??? y entra en la filosofía de la diplomacia y la ???Alianza de Civilizaciones??? supone un viraje de 180º en su política exterior e interna. Significa, además, un giro sorpresivo porque, sólo un día antes, el Senado norteamericano había aprobado 60.000 millones de dólares para las guerras de Irak y Afganistán, epicentro, precisamente, de la cruzada planetaria contra el terrorismo iniciada por Bush-hijo.
En distintos medios, se ha interpretado el discurso de Obama como un reconocimiento de que vivimos en un mundo multipolar, donde un país, por grande y poderoso que sea, no puede asumir en solitario las ???cargas de este joven siglo???, tal y como expresa su nota oficial.
Pero, detrás de este pronunciamiento, totalmente acorde con el idealismo del mandatario estadounidense, late su responsabilidad de renovar la economía para hacer frente a la aguda crisis que soporta el país, producto de las políticas neoliberales y belicistas de su antecesor, que además le han llevado a cerrarse las puertas de importantes mercados y a granjearse enemigos en todos los continentes.
Bush y los presidentes que le precedieron sustentaron la supremacía de EE UU en el capitalismo financiero y en el desarrollo de la producción armamentística, cuyo afán de beneficios está detrás de todas las guerras e insurrecciones que se han desatado a lo largo y ancho del mundo en las últimas décadas, en especial el conflicto árabe-israelí. Y en este tiempo la industria de la guerra ha adquirido tal desarrollo que no se limita a la fabricación de armamento. Una parte muy importante del presupuesto de investigación, por ejemplo, va a parar a tecnologías aeroespaciales con fines bélicos. Los gastos militares representan en EE UU el 55% del total mundial, cifrado en un billón de dólares anuales. China invierte el 5,5% y Rusia, Francia, Gran Bretaña y Japón, porcentajes inferiores.
Los analistas concluyen que, entre los presupuestos destinados a la NASA, los elevados montantes que absorben las guerras y los desmanes del capitalismo de Wall Street, el país ha quedado desindustrializado, mientras sus gobernantes asistían sin capacidad de reacción al ascenso imparable de China y otras potencias emergentes como India y Brasil. La declaración de Obama reconoce el peso específico de estos países, que tendrán mucho que decir en la evolución del nuevo siglo.
No obstante su voluntad de renovación, al nuevo presidente le resultará difícil cambiar inercias. La prueba está en las declaraciones, justo un día después, de la secretaria de Estado Hillary Clinton, en Brasil, donde acusó a este país de ???hacer el mundo un poco más peligroso??? por sus relaciones con Irán, a quien EE UU considera potencia terrorista al no poder controlar sus ensayos nucleares. Donde la víspera Obama había dicho que ya no hay países terroristas, sino grupos terroristas (Al Quaeda), una de sus principales colaboradoras volvía al discurso habitual, que presenta a EE UU como garante de la seguridad internacional en la lucha contra el ???eje del mal???.
Y es que las declaraciones de principios, por muy presidenciales que sean, no bastan cuando se trata de revertir lo que ha sido un mensaje machacón y dominante, tanto en el ámbito doméstico, como en el exterior. Para inducir cambios de tanta envergadura son precisas, como afirma el sociólogo estadounidense James Petras, ???decisivas transformaciones políticas y una profunda revolución ideológica???, que facilite la transición de EE UU de ???potencia imperialista militarista??? dominada por una ???élite económica especuladora y parasitaria??? a una ???república con una economía productiva, equilibrada y competitiva???.