Pacha Mama, la tierra, a la que los aborígenes aimaras de los Andes consideran diosa, está enferma de coronavirus; ella y nosotros, sus habitantes.
Anteayer, una amiga me mandó desde Madrid una perspectiva de Madrid a la caída del sol que le resultaba desconocida: un cielo de Madrid resplandeciente de luz y color, con su fondo azul y sus nubes rojas cubriendo y penetrando los rascacielos y construcciones como una madre que abraza a sus hijos.
El confinamiento fruto de la pandemia, ordenado por el Gobierno, ha devuelto a la gran urbe un cielo sin CO2, una atmósfera llena de oxígeno, quizá con ello ha hecho retroceder al coronavirus, porque quizá el coronavirus es el fruto natural de esa falta de oxígeno que ocasiona la actividad humana desbocada, la circulación de coches y fábricas a base de petróleo. Y a nivel mundial, el vuelo de millones de aviones comerciales, los barcos de recreo, todo el consumo de productos petrolíferos, envenena el planeta entero y agrava el coronavirus a escala mundial.
Y la Pacha Mama que dicen los aimaras adinos nos está poniendo en guardia. Porque además nos acusa de que estamos agotando los acuíferos y privando de agua a millones de seres humanos y de animales y vegetales, y eso también le duele a la Pacha Mama.
En tiempos pasados, ante tragedias como la que estamos pasando, se organizaban oraciones en las iglesias y se bendecían los campos. Pero parece que la sociedad y sus gobernantes no tenían nada que decir ni hacer ante tales contingencias. Allá los creyentes con sus llamadas a Dios, al que parece que consideran como un Deus ex machina.
Pero hoy tal vez necesitamos pensar en otro Dios que actúa sobre el coronavirus y los males de la Pacha Mama. Atacando las causas que provocan los problemas. Somos hijos de la tierra, es nuestra casa, no tenemos otra. Y una casa no es un vertedero de basuras como el que ha reventado hace poco en el Duranguesado, no. Una casa hay que cuidarla, mantenerla limpia, retirar las basuras lejos de ella, reutilizar lo reutilizable, cuidarla como se cuida a los miembros de la familia.
Porque los humanos somos las manos de ese Dios en el que dicen creen los creyentes..Y la Pacha Mama es nuestro paraíso, ese paraíso que hemos perdido o estropeado por no saber cuidarlo.
Bien por Honorio. El que sabe sabe y el que no, pues a lo mejor a la captura de un puesto de trabajo – bien remunerado – se mete en política.