La matriarca, con sus ropas de lujo de colores chillones y amplios vuelos, presidía el cortejo de los cuatro congoleños que acudieron a misa del domingo de pascua florida en la parroquia de Euskadi donde residen. Se quedaron los cuatro en el último banco, el más próximo a la puerta de entrada y de salida. Un paisano nativo tal vez emocionado por el gesto de aquella familia africana se colocó a su espalda al lado de la puerta.
Lejos de su tierra, fuera de su continente, a ese lado de Gibraltar, los cuatro africanos hicieron su plegaria, la de su pueblo, uniéndola a la de los vascos que rogaban por el suyo en su Aberrri Eguna.
Y desde el altar, Jesús resucitado entonaba aquella otra canción o plegaria: “Pueblo de Reyes, Asamblea Sata, pueblo sacerdotal…”. Y desde Kiev, desde Ucrania, los ucranianos blandían sus armas en defensa de su pueblo.
Y un periódico recogía la opinión de un sabio español que cree que Cervantes bendijo en tiempos pasados la expulsión de los moriscos, que después de cientos de años viviendo en España, eran privados de su nacionalidad y peregrinaban por el Norte de Africa y Europa en búsqueda de una nueva nacionalidad. Y como ellos, los judíos españoles con su español medieval a la espalda, esa lengua que todavía conservan como oro en paño…
A la hora de comulgar, el paisano que guardaba las espaldas de los cuatro congoleños caminó detrás de ellos como uno más hasta el altar. Al parecer, su Aberri eguna era también el de los congoleños y su pueblo.
Y sobre todas las oraciones de todos, las del Aberri eguna y las de los pueblos emigrantes, se reunían en el altar con la del sacerdote católico: “Pueblo de Reyes, Asamblea santa, Pueblo sacerdotal”.