Patos desahuciados por impago

Este cuento va de una charca habitada por
una veintena de patos y otras tantas gallinetas
en un parque al borde del Ibaizabal. Al parecer
los dueños de la charca se disponen a
clausurarla rellenándola de arena y los
patos tendrán que emigrar en busca de
otra charca.

Una pena, porque desde que se
habilitó este espacio como de una
media hectárea de agua una
cincuentena de patos vivían en ella y
criaban sus polluelos al amparo de una isleta a
la que no tenían acceso los
depredadores de nidos y asesinos de polluelos.
Pero ahora, con las arenas que llenan la
charca, ratas, perros y otros depredadores
hacen imposible la procreación, y los
polluelos que nacen son comidos por los
depredadores apenas empiezan a nadar.

Una pena, porque los niños, sus
padres y sus aitites y amamas
 disfrutaban de lo lindo jugando con los
patos, echándoles pan y hablando con
ellos a base de cua-cua-cua repetido sin
cesar… Pero ahora, los propietarios han puesto
un letrero prohibiendo echar pan a los patos
“porque se lo comen las ratas”.

Ya no vienen los niños a la charca a
visitar a los patos; los propietarios
habían montado al borde de la misma
como una sala de estar con un cobertizo y
unos bancos, y la gente se sentaba allí
para ver jugar en el agua a los patos, o leer un
libro, o simplemente descansar, respirar aire
limpio, ver a las golondrinas cazar insectos a
ras del agua.

Por su parte, los propietarios de la charca
aseguran que tienen la firme voluntad de
mantener la charca en buen estado, que no
pretenden desahuciar a los patos por impago,
que están estudiando la forma de
drenar la charca y garantizar la media
hectárea de agua mansa para siempre,
que tienen un serio problema, porque el
río del que forma parte la charca tiene
en su cabecera una cantera arenisca cuyas
arenas son arrastradas por las tormentas y
rellenan constantemente el espacio de agua
reservado para los patos.

Lo que pasa es que esa solución
depende del estudio y ejecución de un
plan general de ordenación del
territorio a nivel municipal y de toda Euskadi,
y por lo tanto hay que esperar.

No se ha podido preguntar a los patos si
podrán aguantar esta situación
por mucho tiempo, pero lo cierto es que a la
charca le quedan ya muy pocos metros
cuadrados de superficie de agua, y está
convertida en sus tres cuartas partes en un
arenal, y en un criadero de ratas.

Paisaje desolador para los ecologistas…
más desolador todavía si se
tiene en cuenta que el campo, la
ganadería y los cultivos de toda
Euskadi están a falta de un plan de
ordenación que devuelva al sector
agrario la racionalidad, la rentabilidad y el
mayor número de empleos posibles
frente a la desorganización y abandono
generalizados en que se encuentra
actualmente.

Porque uno diría que la sociedad
ha vuelto las espaldas al campo y a la
ecología para poner toda su
ilusión en la industria, las altas
tecnologías y las máquinas. Y
parece que no le preocupan demasiado ni el
cambio climático, ni la
contaminación y el exceso de CO2, ni
el desempleo, ni la desertización del
campo.

Honorio Cadarso es periodista