Qué duda cabe que los
usos sociales cambian a una
velocidad de vértigo. Y
dentro de esos cambios, los
tecnológicos se llevan, a
menudo, la palma. Y si nos
tomamos la molestia de consultar
uno de tantos listados de inventos
que nos han cambiado la vida
durante los últimos veinte
años, a buen seguro, la
telefonía móvil, o,
más aún, los
denominados
“smartphones”
ocupan una posición de
privilegio en todos los rankings.
Lo cierto es que estos
terminales han revolucionado la
forma en la que nos venimos
comunicando. Han dejado de ser
simples teléfonos
portátiles para convertirse,
en especial para los más
jóvenes, en un dispositivo
de primera necesidad en el marco
de sus relaciones
interpersonales.
Lo de menos es que se pueda
hablar a través de ellos. Lo
esencial es que puedan enviar
mensajes escritos,
fotografías o vídeos.
De hecho, se estima que
sólo los vídeos
suponen, prácticamente, el
25% del total del tráfico
generado por los ‘smartphones’.
Con el riesgo que ello puede
suponer.
Hace apenas dos meses, el
Ararteko alertaba expresamente de
los riesgos del abuso en el empleo
del móvil por parte de
menores, dado que un uso
descontrolado de las nuevas
tecnologías puede llegar a
provocar el aislamiento de los
jóvenes. Advertía,
además, que estas
conductas pueden dar lugar,
incluso, a situaciones de acoso
sexual, violencia y
adicciones.
Estas afirmaciones no
encerraban ninguna
exageración. Estamos
llegando a un estado de cosas, en
el que el “ciberbullying” es
un fenómeno con el que
nos estamos acostumbrando a
convivir. El acoso sexual a
través del móvil y la
mofa y la ridiculización de
otros mediante la difusión
de determinadas imágenes
en la Red, en clara
vulneración de su derecho a
la intimidad, se han convertido en
argumento central de muchos
noticiarios.
Y lo que se inicia como un
juego de niños, como un
elemento de pura diversión,
puede llegar a desembocar en el
resultado más
trágico. De hecho, recientes
estudios alertan del aumento de
suicidios entre adolescentes
relacionados con el
“ciberbullying”. Esta
referencia adquiere tintes
verdaderamente
dramáticos, en tanto cuanto
se ha llegado, ya, a acuñar
una expresión para
identificar este fenómeno:
los “ciberbullycidios”.
Resultaría simplista
demonizar y descalificar las nuevas
tecnologías
culpabilizándolas en
exclusiva de los riesgos inherentes
a su propio funcionamiento. Lo
verdaderamente relevante es
analizar el uso que venimos
haciendo de las mismas y
cuestionar qué es lo que
estamos haciendo mal cuando
algunos de nuestros
jóvenes corren el riego de
instaurarse en la cultura del
exhibicionismo y el menosprecio de
los derechos y la dignidad de sus
congéneres.