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Rebeldes con causas

Hay veces en las que el fin
perseguido con una acción
no justifica los medios utilizados
para su consecución. Y, en
otras ocasiones, reivindicaciones
perfectamente lícitas e,
incluso, loables, terminan por
perder su virtual legitimidad como
consecuencia  del cauce a
través del que han
resultado expresadas.

Esta semana, sin ir más
lejos, ha imperado, en las calles de
Barcelona, la sinrazón
nacida de una turbamulta formada
por miles de adolescentes de
diverso ascendiente y
condición, autoerigida como
abanderaba de las movilizaciones
convocadas contra los recortes que,
como a otros sectores, y con la
misma virulencia, afecta a la
enseñanza.

Echando un vistazo a las
fotografías e
imágenes de los disturbios
captados por los medios de
comunicación, no puedo
sino cuestionarme lo de siempre: a
quiénes y cuántos
de los jóvenes que tomaron
y pusieron en jaque a parte de la
ciudad, les importaba, tan siquiera
un poco, eso de la
educación y la
enseñanza.

Porque, no me lo
negarán, el grupo era
heterogéneo donde los
haya. Abundaban los individuos
con más pinta de
gañán o camorrista
profesional que de estudiante de
exactas, y las actitudes y el
lenguaje corporal, desde luego,
reflejaban la verdadera
intención de cada cual.

Me molesta, como a casi todo
hijo de vecino, que salir a la calle
en demanda de derechos e
intereses dignos de
protección se convierta,
para algunos que se amparan en
el anonimato, la bufanda y el
pasamontañas, en la excusa
perfecta para predicar yo
qué sé
ideología sustentada en la
destrucción de la propiedad
pública y privada, el fastidio
de el de al lado, la piedra, el fuego
y el miedo.

Y, en este caso que les
comento, me molesta doblemente.
En primer lugar, porque el
llamamiento que ha servido como
coartada a la tropelía ha
sido, ni más ni menos, el
derecho a una educación
digna, que no es otra cosa que el
pilar básico sobre el que ha
de sustentarse cualquier sociedad.
Y, en segundo lugar, porque los
responsables, tanto de la
convocatoria, como de su
desenlace, han sido los
jóvenes. Esos sobre los que
nos gusta opinar, aun sin
conocimiento de causa, censurando
su apatía y falta de
compromiso. Esos que, ahora, nos
han servido en bandeja una
crítica fácil y tan
destructiva como el colofón
a su actuación, compendio
de desesperanza,
 frustración y mala
leche.

Seguro que para muchos de
ellos, el venerable Mahatma
Gandhi no dejará de ser un
bicho raro del siglo pasado.

 

 

 

 

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango

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