Aburto es al aurresku lo que Martínez o Rodríguez (no sé cuál de los dos apellidos es el que corresponde, pero como me da pereza comprobarlo lo dejo tal cual) Almeida es al chotis. La condición necesaria y suficiente en este caso para hacer el ridículo de esa forma es la de ser político como lo son estos dos especímenes.
¿Verle a Aburto bailar? El aurresku apoyado en una especie de mayordomo alegando otrora un esguince de tobillo y ahora su reciente operación de cadera que la ha ido demorando por su compromiso (y una leche) con la sociedad a la que dice servir y tanto quiere, produce si uno no está vacunado para ello, vergüenza ajena. Y qué decir del entusiasmo que tal gesta produjo entre sus correligionarios, pues eso, más de lo mismo.
Y del pequeño taurómaca alcalde de esa ciudad capital de todas las Españas que aspira con la inestimable ayuda de esa señora que, parece ser, se ha hecho con un huerto de frutales para comer toda la producción de la misma, tal es su afición a la misma, que aspira, decía, a convertirse en la capital del mundo como si ese honor no estuviera ya ocupado por Bilbao, qué decir aparte de cambiar el adjetivo de patético para Aburto por su aurresku-asistido, por el de vomitona parodia de chotis cibernético que realizó acompañado de su legítima señora que, por otra parte, no parece –tampoco– el Rayo de la Guerra, pero ya se sabe lo de “tal para cual”.
En el reparto de papeles que la providencia (vaya merde) ha efectuado para la raza humana, a los votantes nos ha dado el de resignados en tanto que a los políticos –con las excepciones de rigor– les ha otorgado el de gilipuertas irreversibles.