Del millón ochocientos mil ciudadanos del Estado español que han tenido que salir al extranjero, solo podrán votar el 5%, por culpa de una ley que les pone tales trabas que resulta imposible llegar a tiempo a las urnas y encima les supone un coste económico que supera en muchos casos los cien euros.
Ahora que tantos refugiados se ahogan en el mar en su intento de llegar a Europa, otros tantos votos de ciudadanos expulsados quizá de su país por falta de trabajo se encuentran con una barrera infranqueable, náufragos a la deriva en un mar de trabas impuestas por la ley.
Algunos están pensando en un truco, en una tabla de salvación que permita a su voto llegar a tiempo, quizá la única solución que les queda. Se trataría de encontrar a un ciudadano residente en España que ha decidido no votar, abstenerse, y pedirle que deposite a su nombre el voto del ciudadano residente en el extranjero. Sería un voto prestado, en resumidas cuentas. Y con todas las garantías legales.
O sea que ya lo saben, ciudadanos españoles con residencia en España, si ustedes han decidido abstenerse, ¿serían tan amables de ofrecer a algún español emigrado a Europa, Asia, América, Africa u Oceanía su derecho al voto? A lo mejor tienen ustedes algún amigo emigrante que se lo agradecería.
No se trata de rescatar vidas en peligro, como en el caso de los refugiados de Lesbos o de Idomeni, ni de montar la guardia en el mar como los barcos italianos apostados en Lampedusa o las patrulleras que vigilan en el Estrecho de Gibraltar.
Pero por lo menos, salvar un voto será mantener el lazo con su patria nativa, quizá el último que les une todavía a la tierra que les vió nacer pero les niega el derecho al trabajo.
¿Votar sirve para algo? Dícese que si fuera así, estaría prohibido votar. Es como aquél dicho que asegura que si la mierda fuese oro, los pobres naceríamos sin culo. ¿O no?
Todo sea para que no se pierda un sólo voto para desalojar a los corruptos e inútiles. Luego cuando ya estén fuera, que la justicia los juzgue y paguen sus fechorías.