Tengo el síndrome prevacacional

Que nadie se llame a equívoco. No es que me encuentre en un estado de ansiedad y angustia, porque a la vuelta de la esquina me esperan cinco días de ocio y de asueto. No es que ello me asuste, porque no sepa qué es lo que voy a hacer, o porque no tenga con quien compartirlo o, al contrario, porque tenga que padecer un exceso de compañía.

No, no es nada de eso. Tengo otra especie de síndrome. Ese que cada año me ataca por estas fechas (con mucha mayor virulencia que en verano), cuando siento que todo debe estar a punto para poder disfrutar de estas minivacaciones, y, sin embargo, percibo que ni siquiera soy capaz de mantener la habitual concentración en mi trabajo.

Es, casi, como si fuese a afrontar la última vuelta al circuito en un Gran Premio de Fórmula 1, en cabeza, comandando la clasificación, y desde el muro me gritasen que voy muy justo de combustible y que espabile, porque casi no llego.

Al final, aunque a veces dudo de que merezca la pena este breve paréntesis en el que todo se detiene y olvida, dado el agobio previo y posterior “bajón”,  he de reconocer que disfruto sobremanera, y cada vez más y mejor, del impagable intervalo.

Todo lo que signifique alterar la tediosa rutina sabe a gloria, y, además, el hecho de modificar hábitos por unos días, no tiene que resultar necesariamente caro y costoso.

Tan sólo apagar y dejar sin cobertura todos esos dispositivos tan modernos, y que, al menos en teoría, nos hacen la vida más fácil, desayunar sentado a la mesa, sin prisa, releyendo algún diario, o salir a dar un paseo, a pie, corriendo, o montado en bicicleta, o no hacer nada porque eso es lo que realmente me apetece, es motivo de relax y disfrute.

Mientras tanto, y hasta que llegue el momento de la evasión, he de autoimponerme un mínimo de organización y planificación orientada a que el agobio y el estrés con el que llego al punto de salida, no terminen por estropear tan corto lapso de disfrute.

Voy a ver si con un “chute” de disciplina y objetividad, soy capaz de erradicar los anticuerpos, que en forma de nervios y pereza, inocula el virus que porta el síndrome prevacacional.

Jon Andoni Bengoetxea es abogado y presidente de la Cultural de Durango