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En el tren viajan los moros

Colás se sentó y cerró los ojos. Dormitaba cuando al cabo de un rato escuchó un fuerte zumbido y una gran turbulencia. Su avión acababa de tomar tierra en Basqueland.

Abrió los ojos y vió a dos cimarrones negros en los asientos junto a él. No había fila posterior, sólo el “lavatory”. Justo delante y a su par, al otro lado del pasillo, más de una docena de plazas estaba ocupada por jóvenes estudiantes que volvían a casa vestidos de manera informal, zapatillas deportivas y mochila, y algún que otro jodido intelectual con aspecto de hipster y tatuajes en los brazos.

Leonardo había abierto su puerta automática, y el recepcionista le dio la bienvenida en el mostrador: tres habitaciones para nueve personas.

Todo en orden hasta el momento de encender la luz y observar que en la 228, 230 y 232 había solamente dos camas cuando tendría que haber tres. El DNI de Colás y sus acompañantes de aventura delataba su condición hispana.

En la ciudad, euro arriba, euro abajo, se pagaba por usar el baño, y por pedir pan con el menú. Si le atendía un nativo, presumiblemente el jefe del negocio, resultaba menos agradable con Colás que si lo hacía alguien que no lo era.

En su vuelo de ida, Colás había disfrutado del top-10 situado prácticamente junto a la salida de emergencia del Airbus A319, mezclado con una clase de gente variopinta. El azafato le comentó que no colocara su equipaje de mano bajo el asiento anterior. Aquello debía quedar expedito en caso de apuro.

La noche anterior al viaje el grupo había sido invitado a disfrutar de una pequeña fiesta interracial. Nada de desfases horarios ni de orgías gastronómicas o alcohólicas.

Con esa poderosa herramienta que cada día utilizamos más, a mediados de enero, Colás reservó los billetes a través de una de esas webs especializadas “de todo a cien”, pagando un recargo por elección de asientos, tanto a la ida como para la vuelta. La asignación no estuvo nada mal. Otra cosa fue que no se cumplió. Y lo mismo sucedió con el alojamiento.

Si bonito se ponía el destino al salir, para volver a origen se diría que los criterios aplicados no fueron exactamente los mismos.

Universitarios, becarios, “negratas” y la mochila de Colás que marcaba “Gara”, los últimos de la fila. Nada de racismo, ni de clasismo. Cuestión de prioridades en aplicación de las normas de navegación civil. Se supone.

Ya lo explicaba aquel “jasp”: en tren viajan los moros. ¿Será el TAV una excepción?

Agustín Ruiz Larringan, herritar aktiboa.

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