Mirándolo bien, entre Islandia y Euskadi sólo hay un palmo de mapa. Resulta evidente que el clima y las horas de sol durante 365 días son factores que difieren ostensiblemente entre ambos países y por lo tanto las costumbres son diferentes. Pero no tanto.
Hace tan sólo unos días, dirigentes del País Vasco se interesaban por la vía islandesa para frenar el consumo de alcohol y drogas entre nuestros adolescentes.
Con acciones encaminadas en dos ámbitos de acción, en el país del hielo han logrado unos resultados altamente llamativos en menos de veinte años, implicando también a padres y educadores.
Así que, ni cortos ni perezosos, se consensuó con los tutores una medida que aquí resultaría impopular: los menores de edad tienen que estar en casa para las 22 horas en invierno y antes de la medianoche en verano.
Conseguir este propósito durante los fines de semana en nuestra Euskadi tropical del siglo XXI es una misión de audaces. Se traduce a cuestionar la necesidad y la limitación del ocio nocturno y las alternativas existentes o imaginables.
La actual política europea de los cambios horarios de primavera e invierno no ayudan nada por otro lado, y tan cierto como ello es que varios países están en contra de dicha medida.
Resulta que la decisión corresponde a fines de ahorro energético. A uno le da por pensar que lo que se persigue, con absurda lógica, es comenzar a gastarnos de esa hucha en luces, pompa y boato durante unas dilatadas Navidades, nada más entramos en el horario de invierno y hasta más allá de comenzar el nuevo año.
En tiempos de mesura y creo que también de cordura, toda la parafernalia del advenimiento se reducía a escasamente un mes y era más bien discreta.
Tampoco entiendo muy bien las razones por las que se dedica a dar resplandor a edificios y monumentos emblemáticos durante noches y madrugadas. No se ha pasado por alto que existe también una contaminación lumínica importante. Para ser ecuánimes, digamos que eso no sólo sucede aquí. También en Islandia, en Austria… No obstante, disponemos de torres en las que se podría observar dormir a las cigüeñas mientras que por algunas de nuestras calles, las mujeres en particular, pasean o caminan con cierto temor.
Quedan pendientes pues, algunas reconsideraciones acerca de nuestros modelos y comportamientos sociales y el empleo del tiempo de ocio de nuestros jóvenes, a quienes debemos quitarles de la cabeza la idea de que para entretenerse y divertirse, no hace falta salir de casa un viernes por la noche y volver un domingo a mediodía, ni que sea necesario perder el conocimiento.
Necesitamos tener luces, sí, pero, para empezar, otro tipo de luces.
Bat nator zurekin Agus