La prensa de Madrid y la de Bilbao, políticos de primera talla como Iñaki Anasagasti, parecían inclinarse más hacia Capriles que hacia Chávez. El flamante Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa tronaba desde ‘El País’ contra el presidente venezolano, del que escribió el domingo que “padece, como su modelo ideológico Fidel Castro, de delirio mesiánico”.
Sobrevolaba nuestro país estos días aquella frase desafortunada del rey Juan Carlos dirigida a Hugo Chávez hace unos años: “¿Por qué no te callas?” A pesar de todos los pesares, Hugo Chávez sigue vivo y parlanchín; los que auguraban o más bien deseaban ardientemente el triunfo de Carpiles se han equivocado.
Mas cauto, más calculador, el gobierno de Madrid, apostando a caballo ganador, como cumple a un gobierno en apuros económicos, a través de sus portavoces ha felicitado al triunfador, un buen cliente que compra a la industria española barcos y otros enseres, incluidos armamentos, y que puede decidir la suerte o la nacionalización y desgracia de empresas españolas que trabajan en Venezuela.
Están contentos en Nicaragua, que recibe muchas ayudas y mucho petróleo de Venezuela; y mucho más en Cuba, que recibe 100.000 barriles diarios de petóleo y paga su factura con 40.000 médicos, y técnicos en salud, deportes y educación. Están contentos los socios de Alba, o los del Eje Bolivariano, que integran Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, además de Argentina y Brasil, porque de haber ganado Capriles estas alianzas integradas por gobiernos de tendencia socialista y contrarios a políticas neoliberales podrían haberse roto.
Los temores y denuncias de Mario Vargas Llosa son la voz del universo conservador y neoliberal de América latina que tiene en la Venezuela de Chávez y en el petróleo venezolano el soporte más firme de una política más a la izquierda. Son los temores del sector privado que teme las nacionalizaciones de industrias y empresas privadas. Son la expresión de una lucha a escala continental, en la que también están implicados los Estados Unidos, para que nada cambie en el hemisferio sur y centro del Nuevo Continente.
En cuanto a política interior, se reconoce universalmente que Venezuela ha experimentado una notable mejoría de signo social. Con el alza del precio del petróleo en 1999, desde los 17 dólares el barril hasta los 120, Chávez pudo dedicar 300.000 millones de dólares al desarrollo social del país; hoy Venezuela experimenta un ritmo de crecimiento anual del 5%, y la economía venezolana es la cuarta más grande de América latina, después de Brasil, México y Argentina. Por otra parte, para marcar distancias del sistema mercantil y financiero que gobierna América y Europa, Chávez canceló las deudas de Venezuela con el Banco Mundial y con el Fondo Monetario Internacional y firmó un decreto para la salida de su país del uno y del otro.
Se reconoce, eso sí, que Venezuela sufre en este momento una oleada de violencia y asesinatos difícilmente soportable, que debe ser superada. Se admite que los precios de los alimentos han subido un 20% en los últimos años, y la inflación es de las más altas de la región.
Tal vez convendría aconsejar a Mario Vargas Llosa que modere su lenguaje frente a gobiernos y países que han optado por políticas diferentes a las que él intentó aplicar en Perú y recomienda a todo el hemisferio sur y centro americano. Y sugerirle que adopte la postura de respeto y aceptación del veredicto popular de los votantes venezolanos con el mismo talante democrático y la misma corrección con que lo ha hecho el perdedor Henrique Capriles.
Nosotros sabemos de los inconvenientes que genera el neoliberalismo en uso, el Banco Mundial, el FMI y los mercados, que nos han traído la crisis que padecemos; también tenemos experiencia de los excesos que pueden producirse con una fórmula política de inspiración socialista. Pero todos debemos respetar las decisiones soberanas de los pueblos.
Ojalá los venezolanos y Venezuela hayan acertado.