Mi buena amiga asturiana Gloria me comentaba no hace mucho que, durante esta época, suele surgir lo que por allá definen como viento de castañas. Es el tiempo de otoño con sus cambios bruscos de temperatura, propicio para pillarte a traición.
Es sabido que las afecciones van más allá de los bronquios y alargan sus efectos hasta el intelecto, llegando a irritarnos cualquier intromisión o reacción que no habíamos previsto.
El mundo se fue a la mierda hace tiempo y queda muy poco para que los simios se hagan dueños del planeta que ya ni reconocemos como nuestro.
Los bomberos son enviados para desahuciar a los pobres. La violencia de género persiste. A los griegos les han “puteado” vilmente, pero en Europa somos muy solidarios con los refugiados, de quienes tendrían que responder aquellos que originaron los conflictos en los países de Medio Oriente. De allí huyen las clases medias que pueden costearse el éxodo, porque los pobres se quedan necesariamente para morirse de hambre, o para que les mate una explosión o un trozo de metralla.
Y como nos han enseñado que en este valle de lágrimas el sufrimiento es creativo, nos dedicamos a hacer daño a nuestros semejantes y sin embargo impedimos que se mueran quienes así lo han decidido, para dejar de sufrir ellos y hacer sufrir a sus allegados.
Nunca entendí por qué una persona no puede irse a vivir donde le de la gana, como cualquier otro animal. La Shell lo hace, si bien puede decirse que es un ser indefinible como “La Mole” y eso se mueve dentro de otras misuras.
Probablemente la respuesta radica en que el individuo, ser “racional”, es capaz de ponerle puertas al campo. Lo dicho, quizás tenga que llegar El Mesías Simio para trastocar el curso de la Historia. Y lloraremos, nos lamentaremos.
Eso pensó también Marc Twain quien dejó escrito que “Dios, decepcionado de cómo le había salido el hombre, creó al mono”.
¿Viento de castañas? Todo el año. El trastorno se extiende a los 365 días y para colmo en 2016 tenemos uno más, para joder al prójimo.
A ver si es cierto que la castaña resulta pilonga y nos pilla en pleno cerebelo para devolvernos la cordura, no más. Tampoco menos.
Que no nos amarguen el otoño. Desde mi ventana veo los castaños preciosos, en el jardincito de mi barrio han salido setas, y en las barracas hay mucha gente. Las noticias buenas no las leemos en la prensa, pero estàn a nuestro alrededor.
Que no nos amarguen el otoño. Desde mi ventana veo los castaños preciosos, en el jardincito de mi barrio han salido setas, y en las barracas hay mucha gente. Las noticias buenas no las leemos en la prensa, pero estàn a nuestro alrededor.