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“Para financiar la cesta punta,
los frontones se convirtieron prácticamente en casinos”

‘Arrieta’, en un partido disputado en Dania Beach.

23 años como puntista profesional en Miami dan para muchas vivencias. Pero Iñigo Gorostola ‘Arrieta’ asegura que se le han pasado “volando”. Este lunes puso el broche final a su carrera en un partido de homenaje celebrado en el frontón Ezkurdi de Durango, localidad que le acogió en su adolescencia y que marcó, para siempre, su vínculo con la villa.

Nacido en Estados Unidos en 1980, Gorostola vivió a través de su padre –también pelotari profesional– una época en la que la cesta punta todavía estaba en boga. Sin embargo, reconoce que era un deporte en el que no se involucró hasta mucho más tarde. “Mis padres son de Euskadi, pero yo nací en Bridgeport, Connecticut, donde viví hasta los cuatro años. Después, hasta los 11, residimos en Dania, Florida, donde jugaba mi aita y yo acabaría haciéndolo durante más de dos décadas”.

Aunque creció en ese ambiente de jai-alai, Gorostola no empezó a practicar la cesta punta hasta que su familia se trasladó a Durango tras una larga y dura huelga que afectó a los frontones americanos entre 1988 y 1991. Durante ese extenso parón deportivo “yo jugaba al béisbol, como cualquier niño americano”, recuerda. “Mi padre me enseñaba algo de cesta con una pelota de tenis, pero era algo muy puntual”.

Pero el fin de la huelga de pelotaris no provocó que su vida volviera a la normalidad. Al contrario, su familia decidió regresar a Euskadi en un cambio que le supuso un profundo choque cultural. “En Estados Unidos, mis padres nos hablaban en castellano y euskera, pero mi hermana y yo hablábamos todo en inglés. Yo empecé a estudiar en Jesuitas y me costó sufrir muchísimo académicamente, pero los profesores me ayudaron un montón y pronto empecé a hacer amigos”.

Durante esa transición, Gorostola también acabó descubriendo su pasión por la cesta. “Se puede decir que mis primeros pelotazos los di aquí, en el frontón de Ezkurdi, donde iba tres días a la semana con mucha ilusión”, recuerda. “Pero todavía no tenía en la cabeza que me pudiera dedicar a ello profesionalmente”.

No sería hasta los 15 o 16 años que empezó a vislumbrar un futuro en este deporte, una edad en la que empezó a jugar partidos más importantes con buenos resultados. “Fue entonces cuando empezó ese deseo de ser puntista en América, con la que no había roto los lazos. Seguía yendo todos los veranos para mantener el inglés y, también, para jugar con profesionales”.

De hecho, con 18 años y durante una de esas vacaciones en Estados Unidos, Gorostola recibió una oferta profesional, pero sus padres insistieron en que terminara sus estudios antes de dar el salto. “Me dijeron que tenía que venir de vuelta y cursar una carrera, por si las cosas no iban bien deportivamente. Y creo que acertaron en esa decisión”, comenta.

Nuevo cambio de vida

Tras obtener su título en Magisterio, finalmente debutó en el frontón de Dania en 2001. “Pensé que sería sólo una etapa de 8 años y acabé jugando 23”. Comenzó entonces una vida que sólo puede calificar como “envidiable”.

“Al contrario que cuando llegué a Durango, en esta ocasión no fue tan difícil el cambio porque conocía la cultura y el idioma, así que me amoldé rápido. Además, teníamos mucho tiempo libre con dos días de descanso a la semana y, como jugábamos por la noche, el resto de la jornada estaba libre para ir al gimnasio, a la playa, a pasear…”, rememora. “Imagínate, tienes 21 años y puedes vivir del deporte que te gusta y ganar dinero para comprarte una casa, así como ahorrar para volver a Euskadi el día de mañana”.

Pero la huelga de finales de los años 80 había dejado muy tocado al mundo del jai-alai. “La temporada se iba acortando año tras año porque los frontones perdían mucho dinero”, reconoce. Por lo tanto, para financiar la práctica de la cesta punta esas instalaciones “prácticamente se convirtieron en casinos, con máquinas tragaperras, póquer, blackjack. A los pelotaris nos salvaba el hecho de que existía una ley que permitía esos juegos de azar siempre que se mantuviera la competición”.

Sin embargo, la revocación de esa norma en 2021 “mató al deporte”, afirma. Por aquel entonces, Gorostola era representante del sindicato IJAPA (International Jai Alai Players Association) nacido en la anterior huelga, a través del que “peleamos lo que pudimos, pero finalmente la empresa decidió cerrar el frontón”, lamenta.

Del frontón al barco

Tan sólo un año más tarde se recuperaron los partidos, aunque con breves temporadas de tres meses. “Pero yo ya tenía 44 años y el resto de los pelotaris eran jóvenes. No competir durante 9 meses y luego tener que arrancar se me hacía complicado. Así que el año pasado decidí jugar mi última temporada en el frontón de Dania”, zanja.

Ahora, para ocupar su nueva vida, Gorostola ha encontrado una segunda pasión: la pesca. “Siempre me ha encantado. Hace años, cuando vi que la actividad en el frontón iba bajando, compré un barco en Florida y saqué una licencia para llevar a turistas de pesca”, explica. “A eso pienso dedicarme de noviembre a junio y luego a pasar el verano en Euskadi, intentando alargar los meses hasta poder pasar los ‘Sanfaustos’ en Durango”.

“Ha sido uno de los partidos en los que he salido más nervioso al frontón de toda mi vida”

Gorostola recibió un caluroso homenaje este pasado lunes, durante la celebración de la primera jornada de la Final Four del Jai Alai League. Para arroparle en su despedida de las canchas, el frontón de Ezkurdi se llenó de aficionados, familiares y amigos para completar un acto “muy emocionante”. “Ha sido uno de los partidos en los que he salido más nervioso y que más me ha impuesto el público de toda mi vida. Sobre todo, después de saber que prácticamente se habían vendido todas las entradas”, afirma.

El homenajeado ya había jugado en esta cancha como profesional hace tiempo, en varias visitas que hizo a la villa, pero esta fue la primera ocasión en la que disputaba una partido en la cancha renovada. “Cuando el año pasado vi la reforma que se había hecho y también el trabajo que estaba haciendo la escuela de cesta para revitalizar este deporte, pensé que sería bonito jugar mi último partido aquí”.

Un deseo que consiguió transformarse en realidad y que “no pudo haber salido mejor, rodeado por todo mi entorno y con un ambiente muy cálido. Me sentí muy arropado”.

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